JESUCRISTO: HOMBRE NUEVO Y MODELO DE HUMANIDAD
El Nuevo Testamento no nos dice en forma explícita que Jesucristo es el hombre nuevo. Ignacio, a principios del siglo II, fue el primero que lo expresó en su epístola a los Efesios 20:1. Pero es evidente que el Nuevo Testamento nos presenta a Jesucristo como el hombre nuevo en múltiples pasajes. Karl Barth nos dice, en forma reiterada, que Jesucristo es el hombre nuevo.1 Toma como punto de partida para sus reflexiones Efesios 4:24: “Y vestíos del hombre nuevo creado según Dios en la justicia y la santidad de la verdad”, y pregunta: "¿Cómo puede atribuirse al sujeto hombre la justicia, la santidad, la misericordia, la victoria sobre el pecado y la muerte y la inmunidad frente al diablo?"2 Afirma que si los atributos mencionados corresponden a Dios y no al hombre, luego se refieren a Jesucristo.
JESUCRISTO, EL HOMBRE NUEVO
Cualquier ser humano que reflexione honestamente sobre Jesús no puede hacer otra cosa que maravillarse frente a su extraordinaria personalidad. Su aporte no se limita al campo religioso. Sin ser artista, el arte fue revolucionado por el impacto de su presencia en el mundo; ése es el caso con la pintura, la escultura y la arquitectura. Sin ser filósofo, logró asimilar las escuelas filosóficas bajo la patrística. Sin ser historiador, la historia comenzó a narrar los hechos como anteriores o posteriores a él. Sin ser un revolucionario, revolucionó las relaciones humanas; así un esclavo es considerado un hermano de su amo (Epístola a Filemón), la mujer es considerada como persona y sus derechos son reconocidos inalienables; los hijos no sólo tienen deberes, sino también derechos.
El impacto de Jesucristo en la cultura es innegable. Ya en el Nuevo Testamento se pone de manifiesto cómo su persona influía sobre la gente. San Mateo, al redactar el Sermón de la montaña, hace el siguiente comentario: “Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”.3 San Lucas señala la capacidad dialéctica de Jesús para vencer a sus opositores.4 Lo mismo hace San Juan al relatar el caso de la mujer adúltera, cuando los escribas y fariseos son derrotados por Jesús, a pesar de que le habían tendido una trampa perfecta para destruirlo.5 Los milagros de Jesús llenaron de asombro a mucha gente.6 La pesca milagrosa convenció a Pedro de que la persona que tenía adelante no era un hombre común: “Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”.7 El asombro de sus discípulos llega al paroxismo cuando lo ven calmando la tempestad y aquietando las olas enfurecidas.8 Los Evangelios sinópticos son unánimes en conservar este relato asombroso.
En los tres sinópticos también se conserva el relato de la tentación en el desierto. Además del hecho histórico, es evidente que la personalidad extraordinaria de Jesús llevó a la comunidad primitiva a reflexionar sobre su relación con el hombre según la intención original de Dios. La idea de Jesús hombre nuevo, segundo Adán, hombre perfecto, está implícita en este relato. Compárese el drama del jardín del Edén9 con la victoria del desierto.10 El tentador es el mismo. Lo es también la persona tentada: el hombre según la intención original de Dios, el segundo Adán, como lo llamará después San Pablo. La diferencia estriba en los resultados del enfrentamiento. En el Edén, Adán cae y arrastra en su caída a toda la humanidad. En el desierto, Adán11 no cae sino que triunfa sobre la tentación y restaura a la humanidad la posibilidad de alcanzar el completamiento de la condición humana. Después de la victoria del desierto sólo falta la victoria de la cruz. Desierto y cruz significan la rehabilitación y redención respectivamente. En la rehabilitación del viejo Adán prevalece la obediencia activa del hombre nuevo que resiste al tentador. En la redención prevalece la obediencia pasiva del hombre nuevo que se deja matar para pagar los pecados de la humanidad y hacer posible que los hombres alcancen la nueva humanidad.
El Evangelio según San Juan conserva palabras de Jesús que ponen de manifiesto que él es la imagen de Dios, o sea, el hombre según la intención de Dios: “el que me ve, ve al que me envió”.12 Jesús es la imagen, sobre la tierra, del Dios ignoto e incomprensible. Esta realidad nos ayuda no sólo a conocer a Dios, sino también a conocer al hombre, porque entre nosotros ha estado la perfecta imagen de Dios, el hombre nuevo, el segundo Adán, el hombre perfecto.
San Juan también nos muestra la actitud del hombre nuevo, Jesucristo, para con los demás seres humanos: se comporta como un hombre común participando en una fiesta, pero muestra que es una persona fuera de lo común al convertir el agua en vino.13 Muestra a Nicodemo que se puede alcanzar una vida fuera de lo común a través del nuevo nacimiento.14 Muestra a la mujer samaritano la posibilidad de ser una “nueva mujer”, especialmente en la dimensión moral.15 Se convierte en el amigo del solitario y abandonado paralítico de Bethesda y le devuelve la salud para ser un “hombre nuevo”, especialmente en sus posibilidades físicas.16 La nueva humanidad de Jesucristo se transmite a través de su obra y ministerio a lo largo del Evangelio.
También para el autor de la Epístola a los Hebreos, Jesucristo es el hombre por excelencia, según la intención original de Dios y sin pecado. A él se refiere el Salmo 8 cuando habla de un hombre coronado de gloria y honra y señor de la creación, sin pecado.17
Para San Pablo, Jesucristo es el segundo Adán;18 la imagen de Dios;19 el hombre nuevo;20 y el hombre perfecto.21 Estas afirmaciones están íntimamente relacionadas entre sí, son complementarias. Jesucristo, como hombre, es la restauración de la humanidad a la intención original de Dios. “El es la imagen del Dios invisible”.22 San Pablo no usa la palabra omoioma, que significa “parecido”. El quiere expresar, con la palabra eicon, “imagen”, que Jesucristo es un arquetipo, aunque, por supuesto, eicon puede usarse para expresar “parecido”. En un texto muy difícil, San Pablo nos asegura que el hombre es “imagen y gloria de Dios”23 por oposición a la mujer, “gloria de varón”. Se entiende que la mujer también es imagen de Dios. El contexto paulino parecería indicar que esa imagen está en proceso de completamiento. Según Colosenses 1:15, Jesucristo es la imagen visible de un Dios invisible. El Dios ignoto, escondido, que escapa a las posibilidades cognoscitivas del hombre, puede ser conocido en la persona de su eicon. “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad”.24 Aquí San Pablo usa la palabra theotes, que significa “la esencia de la divinidad”. Podría haber usado el término theiotes, que significa “cualidad de la divinidad”.
La diferencia es mucho más que una letra. Este segundo término lo usa San Pablo con mucha precisión en Romanos 1:20, cuando dice “Porque lo que de Dios se conoce les es manifestado, pues Dios se lo manifestó”. San Pablo quiere dejar en claro que Jesucristo es Dios mismo, pero también señala que es el hombre por excelencia, el arquetipo de lo humano. Al término pleroma, “plenitud”, que utiliza para referirse a la divinidad de Cristo, lo presenta en forma inclusivo en Colosenses 1:19 “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud”. Aquí se hace referencia a la plenitud de la humanidad. El contexto es bien claro (véase Colosenses 1:15–23). “Porque en él fueron creadas todas las cosas”.25 San Juan afirma que este Verbo creador vino a ser carne.26 San Pablo hace la misma afirmación al decir que en él habita toda la plenitud.27 Estos pasajes deben interpretarse a la luz del incipiente docetismo que es combatido en 1 Juan 4:2–3 y 2 Juan 7. El anticristo es aquél que niega la humanidad de Cristo, en quien habita toda la plenitud (santo pleroma).
La literatura juanina se acerca a la paulina en su concepto de plenitud. En Juan 1:1–16 se señalan las dos plenitudes de Jesús: la divina, expresada en el concepto de verbo (logos), y la humana, expresada en el concepto de carne (sarx). San Juan afirma que de su plenitud (pleroma) recibimos gracia sobre gracia. Es decir, hay comunicación de gracia entre la plenitud de Cristo - en lo divino y en lo humano -, y nuestra vaciedad. Por eso afirma que recibimos. San Pablo hace reflexiones similares: “Y vosotros estáis completos (pepleromenoi) en él, que es la cabeza de todo principado y potestad”.28 “Llenado” es un perfecto verbo pleroo, del cual procede pleroma. O sea, por cuanto él está pleno (lleno), nosotros también podemos alcanzar la plenitud (llanura). Esta es la meta y el desafío a cada cristiano: alcanzar la estatura de Jesucristo, el hombre cabal, terminado, pleno;29 que no seamos niños inseguros y vacilantes,30 fácil presa de los que quieren engañarnos.
En Colosenses, como en el prólogo del Evangelio de San Juan, la plenitud de Cristo se da tanto a nivel divino como humano. Pero en Colosenses esta idea es mucho más explícita. Los dos versículos clave son 1:17 y 2:9. En ambos se usa el verbo habitar (katoikeo). Este verbo está compuesto por la preposición kata, que expresa la idea de “debajo”, y oikeo, que viene de oikos, “casa”. En San Juan 1:14 se usa el verbo skenoo, que se traduce también por “habitar”, pero que realmente significa “armar una tienda de campaña” (skene). Por eso algunos exégetas prefieren traducir este verbo por “acampar”: “acampó entre nosotros”. En San Juan 1:14 se usa el aoristo, un tiempo griego que da la noción puntual, o sea que aquí sugiere la provisionalidad de la encarnación. En Colosenses el mismo verbo katoikeo se usa en tiempos diferentes para referirse a la plenitud de la deidad y la plenitud de la humanidad. En 1:19, que se refiere a la plenitud de la humanidad, usa un aoristo primero en infinitivo, que muestra temporalidad, con una noción puntual. Por el contrario en 2:9, donde se refiere a la plenitud de la divinidad, utiliza el presente de un indicativo que expresa continuidad, con una noción lineal. Jesucristo como Dios es una realidad hoy, como vivencia en la fe del creyente. Jesús, hombre, es una realidad histórica y un desafío aquí y ahora, por cuanto es arquetipo de la humanidad devuelta a la intención original de Dios.
Es significativo que San Pablo utilice doce veces el concepto de pleroma, seis en las epístolas a los Efesios y a los Colosenses31 y seis en el resto32 de sus escritos, y que lo haga para referirse a la plenitud de los tiempos en que Dios deseaba revelar a los hombres sus misterios.33 Aquí pleromase relaciona con anaquefalaiosis, el proceso mediante el cual Dios va colocando todas las cosas terrenas y celestiales bajo el pleno señorío de Jesucristo. En Efesios 1:23 la “plenitud” (pleroma) se refiere a la Iglesia, tiene unsentido comunitario. Ya nos hemos referido a los dos pasajes de Colosenses (1:19 y 2:9) que se ocupan de la plenitud de la humanidad y de la divinidad, respectivamente, en la persona de Jesucristo. En Efesios, San Pablo nos presenta de una manera muy clara que la plenitud de Cristo es una manera por alcanzar; que la plena humanidad - nuestro completamiento -, se da al alcanzar el pleroma de Cristo y “conocer el amor de Cristo”, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos (plerothete) de toda la plenitud (pleroma) de Dios”.34 “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto (teleios, es decir: acabado, terminado, completo) a la medida de la estatura (’elikia, estatura, puede también traducirse por madurez) de la plenitud (pleroma) de Cristo”.35
Para concluir con las reflexiones sobre pleroma debemos señalar que el sentido de completamiento de la condición humana (completamiento en Cristo, como aparece en Gálatas 4:19), se registra en toda la literatura paulina.
Hemos procurado bosquejar los fundamentos de una antropología cristiana básica. La plenitud de vida (pleroma) es una realidad que estamos viviendo a pesar de que su culminación es todavía una meta por alcanzar. El hombre es la imagen de Dios (Imago Dei36) en proceso de integración y completamiento.
Imagen de Dios, segundo Adán, hombre nuevo y hombre perfecto son diversas manifestaciones de la misma realidad, Jesucristo, el hombre según la intención original de Dios. En Jesucristo la humanidad es rehabilitada y redimida por la victoria en el desierto y en la cruz.
Antes de pasar a la segunda parte de este capítulo hemos de prestar atención a un problema que los escritores cristianos frecuentemente soslayan. Nos referimos a la plena realización de la vida humana en Jesús a pesar de su celibato. En el capítulo anterior he señalado que la plena humanidad comúnmente se da en la relación hombre-mujer, por cuanto es en esa relación que se muestra plenamente la imagen de Dios: “Varón y hembra los creó”.37 No vamos a especular aquí sobre lo que podría haber ocurrido en el caso de que Jesús hubiera fundado una familia y engendrado hijos. Lo real es que no lo hizo. La pregunta ¿cómo puede ser un hombre soltero el modelo de humanidad? resultaría tan inútil como esta otra: ¿Cómo puede un varón ser el modelo de humanidad para una mujer? Por otro lado, el hecho de que Jesús, arquetipo de humanidad, se haya mantenido soltero, muestra la posibilidad de plena realización que tienen algunas personas excepcionales a pesar de mantenerse solteros por su entrega a una causa. Lo que sigue es una versión libre de la enseñanza de Jesús sobre este tema en San Mateo 19:12–13: “Ustedes saben que hay hombres que no pueden tener relaciones sexuales debido a imperfecciones físicas”.
Saben también que hay algunos infelices que han sido castrados a fin de que, sin peligro, cuiden a las mujeres de los poderosos.
Saben, además, que hay hombres que se imponen la abstinencia sexual por causa del Reino de Dios. Hay gran diferencia entre abstenerse por impotencia y hacerlo por propia voluntad. El que tenga poder para hacerlo, hágalo”. Juan Calvino hizo un magnífico trabajo exegético sobre este pasaje, algunas de cuyas conclusiones anotamos enseguida:
l. “No todos los hombres son capaces de mantenerse célibes”.
2. “La decisión no está en manos humanas, pues la continencia es un don especial concedido a muy pocas personas”.
3. “Sólo unas pocas personas señaladas por Dios pueden afrontar el sacrificio del celibato”.
4. “Para todos los demás, la mayoría, Dios no sólo permite sino que ordena el matrimonio”.
5. “Quien se resiste al matrimonio está luchando contra Dios”.
El celibato de Jesús es comparable al de San Pablo, quien no considera el celibato como una cualidad que hace al célibe superior al casado.
San Pablo reconoce que los apóstoles, los hermanos de Jesús y Cefas, tienen sus respectivas esposas, y afirma que él también tiene autoridad para hacer lo mismo.38 San Pablo afirma que el matrimonio es el estado normal de todo hombre y de toda mujer que no tenga el carisma del celibato,39 y que aun cuando hay carismas diferentes para los casados y para los célibes, todo viene de Dios.40
JESUS, MODELO DE HUMANIDAD
En todo ser humano hay dos realidades: la imagen de Dios y el pecado. La presencia de estos dos elementos contradictorios crea en la persona una ambivalencia existencial. A pesar del pecado se expresa la imagen de Dios, de modo que hay en cada persona valores inherentes a la condición del ser humano. Es significativo que Jesucristo predique a una multitud que no estaba integrada exclusivamente por creyentes: “Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo”.41 En otro lugar he reflexionado sobre la imagen de Dios en los no creyentes.42 El hecho de que una persona no crea en la imagen de Dios no impide que la tenga. La imagen de Dios es el germen del nuevo hombre que está latente en cada persona.
En el Nuevo Testamento el concepto de hombre nuevo se emplea para referir concretamente a: l) El nuevo nacimiento y el encuentro con el imperativo moral; 2) El hombre nuevo enprogreso hacia la perfección; y 3) El hombre nuevo en su expresión comunitaria. Veamos cada uno de estos tres usos.
1. El nuevo nacimiento y el encuentro con el imperativo moral. Presentaremos aquí, en orden cronológico, varios pasajes del corpus paulino.
Es sabido que las epístolas de San Pablo han sido ubicadas en la Biblia por orden de extensión, no cronológicamente.
En la Epístola a los Gálatas San Pablo afirma: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”.43 La idea del hombre nuevo como una vestimenta, que todavía no es nuestra piel, pero que debe serlo, aparece más tarde en las epístolas de la cautividad.44 Jesucristo es el hombre nuevo y debemos ir conformándonos no sólo para parecernos a él - vestidos del hombre nuevo -, sino para ser como él es. El hombre nuevo debe dejar de ser un traje del cristiano para convertirse en parte de su ser. El bautismo es la expresión externa de la fe en Jesucristo que nos lava de nuestros pecados, y el sello del Espíritu Santo que nos convierte en nuevas criaturas aunque todavía no seamos plenamente el hombre nuevo: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.45 vida que uno inicia cuando se arrepiente de sus pecados y se entrega a Cristo y da testimonio por el bautismo y en él recibe el sello de la Gracia de Dios, es realmente una vida nueva. En este nuevo estado de vida, no existe más diferencia alguna entre judío y gentil, esclavo o libre, hombre o mujer, ya que “todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.46
En la Epístola a los Romanos encontramos un enfoque similar al de Gálatas, pero en aquélla San Pablo señala que el nuevo nacimiento involucra el encuentro con el imperativo moral. “¿O no sabéis que los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”.47 Cuando el hombre entra en contacto con el Cristo resucitado, muere a su viejo hombre y nace como un hombre nuevo, “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”.48 El cristiano debe conformarse a Jesucristo, el cual es el hombre nuevo: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo; para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”.49
En la Epístola a los Colosenses encontramos el mismo esquema que San Pablo presenta en Gálatas 3:27–28 y en Romanos 6:3–6. Dice el apóstol: “Sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. Y a vosotros, estando muertos en pecado y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él…"50 En la carta a los Colosenses, la nueva vida en Cristo implica la liberación del cristiano de supersticiones “de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”.51
2. El hombre nuevo en progreso hacia la perfección. En el Sermón de la montaña, Jesús nos dice: “Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”.52 Al joven rico le dice: “Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo, y ven y sígueme”.53 En ambos pasajes la palabra griega teleios es traducida por perfecto. Se trata de un término que deriva de telos, que significa fin, objetivo final. Teleios aparece sólo estas dos veces en los Evangelios, siempre para expresar conceptos de Jesús. En Mateo 5:48 el Señor nos muestra que, en la medida que el hombre es una Gestalt viviente en proceso de integración, debe tener como meta el completamiento de su condición humana. En otras palabras, “Sed hombres como Dios es Dios”. El mandato a ser hombres lleva implícita la idea de hombres según la intención original de Dios, es decir, hombres nuevos, perfectos. El aporte del hombre para lograr esa meta es muy pequeño en comparación con lo que Dios hace, pero el Señor nos ordena hacerlo y debemos consagrar nuestros mayores esfuerzos.
En el texto de Mateo 19:21 Jesús le muestra al joven rico que las riquezas le impedían alcanzar la meta que Dios señala a cada hombre. Todo obstáculo debe ser quitado del camino pues la meta es más grande y gloriosa que toda posesión terrena. Ambos pasajes están enmarcados en un contexto ético-moral.
Para San Pablo el objetivo de la evangelización es anunciar a Jesucristo, “amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto (teleios) en Cristo Jesús a todo hombre”.54 El cristiano debe crecer hacia el completamiento de su condición humana según el modelo del hombre nuevo y perfecto, Jesucristo. Ya hemos señalado que la perpetua niñez no es la meta de la persona nacida de nuevo: “Hermanos, no seais niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros (teleios) en el modo de pensar”. La versión de Reina-Valera traduce aquí teleios por maduro; estimo que sería más adecuado usar la palabra adulto por oposición a niño. La idea del completamiento de un proceso queda bien en claro. La Biblia Latinoamericana trae, a mi juicio, la mejor traducción de Efesios 4:13, pues es fiel al original griego y presenta lúcidamente la idea de crecimiento hacia un objetivo: “La meta es que todos juntos nos encontremos unidos en la misma fe y en el mismo conocimiento del Hijo de Dios y con eso se logrará el hombre perfecto (teleios) que en la madurez de su desarrollo es la plenitud de Cristo”.
Jesucristo es la imagen de Dios, el hombre nuevo, el segundo Adán, el hombre perfecto. La meta de cada cristiano debe ser llegar a ser como Jesucristo. Cuando buscamos a Dios nos encontramos con la realidad de que él nos estaba buscando antes de que nos interesáramos en el encuentro: “Somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.55 El verbo transformar (metamorfoo) es el mismo que San Pablo utiliza en Romanos 12:2: “Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”. Este verbo, que San Pablo utiliza sólo en las dos ocasiones mencionadas, aparece también tres veces en los Evangelios sinópticos (referido a la transformación de Jesús en el monte de la Transfiguración).
En 2 Corintios 3:18 se hace referencia a la transformación del rostro de Moisés cuando bajaba del Monte Sinaí después de haber estado en comunión con Dios: “No sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía después que hubo hablado con Dios... y tuvieron miedo de él”.56 Moisés descendió con la gloria de Dios en su rostro. San Pablo afirma que en su proceso de crecimiento, el cristiano es transformado de gloria en gloria en la misma imagen, y que no se trata del esfuerzo humano, sino de la obra del Espíritu Santo con la colaboración del mismo creyente. Conozco una persona que ha tenido experiencias espirituales muy profundas, al punto de haber sentido la gloria de Dios en su cuerpo. Lamentablemente muchos cristianos parecen haber perdido el interés por las experiencias espirituales profundas y se conforman con la mediocridad.
La transformación que debe experimentar el cristiano tiene como objetivo hacerlo tan humano como Jesucristo: “Hasta que Cristo sea formado en vosotros”.57 El cristiano nace de nuevo para crecer. Resulta sumamente interesante la antinomia niño-adulto en 1 Corintios 13 y Efesios 4:13–14. El adulto, el hombre perfecto (nuevo) o en proceso de serio, es aquél que es capaz de amar con la misma intensidad que anota 1 Corintios 13. “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”.58
En todo ser humano está la imagen de Dios, y también el pecado. El progreso hacia la perfección no es entonces un proceso de autorreforma, producto de un humanismo ingenuo, sino la obra de Dios en colaboración con el hombre. Por lo tanto tomemos en consideración los consejos de San Pablo: “Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia. Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.59
3. El hombre nuevo en su expresión comunitaria. Conviene tener en cuenta que los pasajes que hemos considerado hasta aquí no fueron originalmente dirigidos a individuos, sino a comunidades. Si bien es válido aplicarlos a cada persona, no debe perderse de vista el sentido comunitario de los mismos.
Hay dos pasajes de San Pablo que muestran prioritariamente el sentido comunitario. En Efesios 2:15 el apóstol utiliza el concepto de hombre nuevo en relación con la Iglesia universal. De miembros de dos pueblos diferentes (el gentil y el judío), Dios funda la Iglesia “para crear en sí mismo de los dos un sólo y nuevo hombre, haciendo la paz”. Un árbol en un bosque es al mismo tiempo árbol y bosque. Sin los árboles no hay bosque, pero sólo en comunidad el árbol puede ser bosque; así ocurre con el cristiano en su relación con la iglesia.
Efesios 5:21–33 es el único lugar de la Biblia donde se hace referencia al bautismo de la iglesia. La comunidad de creyentes es santificada por el bautismo y es Jesucristo mismo el que la ha bautizado para presentársela a sí mismo como “una iglesia gloriosa, que no tuviese manchas ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (v. 27).
En la imagen conyugal que aquí emplea San Pablo, llama la atención el hecho de que la palabra iglesia aparece seis veces (5:23, 24, 25, 27, 29, 32), mientras que en el resto de la epístola aparece sólo tres veces (1:22; 3:10, 21).
La voluntad de Dios es la santificación60 de la Iglesia, desnaturalizada a través de los siglos por muchas manchas y arrugas. Los cristianos hoy tenemos la responsabilidad histórica de ponernos en las manos de Dios y de hacer nuestro mayor aporte para el completamiento de nuestra condición humana - nuestra santificación - de modo que podamos contribuir a la santificación de la Iglesia y a la creación del hombre nuevo individual y comunitario.
PARA REFLEXIONAR
En Ymcápolis, donde estoy escribiendo estas líneas, hay un arroyo serrano de casi mil metros que atraviesa esta propiedad de la Asociación Cristiana de Jóvenes de Buenos Aires. En algunos sectores el agua corre serenamente; son lugares de mayor profundidad. En otros lugares las aguas corren atropelladamente, produciendo un alegre murmullo; éstos son los tramos donde hay menos profundidad. Los cristianos somos como ese arroyo: algunos hacemos mucho ruido pero carecemos de profundidad; otros, en cambio, marchamos serena pero irreversiblemente hacia la meta.
Jesucristo es el modelo de hombre, además de redentor. El lector habrá conocido creyentes que se ocupan en marcar las distancias existentes entre ellos mismos y las demás personas - creyentes o no -, a quienes consideran inferiores; quizás usted mismo sea uno de esos creyentes. Los cristianos somos conscientes de la distancia que existe entre nosotros y nuestro modelo. Quien asume aquella primera actitud encontrará siempre alguien peor con quien compararse y hasta lo celebrará ruidosamente, como lo hacen las partes poco profundas del arroyo serrano. Los que asumimos la segunda actitud somos necesariamente humildes ante el Señor y ante nuestro prójimo; no hacemos ruidos, pero sabemos dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos.
l. ¿Puede una persona ser creyente sin ser necesariamente cristiana? ¿Es posible un auténtico nuevo nacimiento sin crecimiento hacia el completamiento de la condición humana en Jesucristo? Si esto es posible... ¿qué ocurre con el recién nacido que no crece?
2. ¿Por qué resulta más fácil ver los defectos de otros que reconocer las deficiencias propias?
León, Jorge A.: ¿Es Posible El Hombre Nuevo? : León, Jorge A. Buenos Aires, Argentina.
El Nuevo Testamento no nos dice en forma explícita que Jesucristo es el hombre nuevo. Ignacio, a principios del siglo II, fue el primero que lo expresó en su epístola a los Efesios 20:1. Pero es evidente que el Nuevo Testamento nos presenta a Jesucristo como el hombre nuevo en múltiples pasajes. Karl Barth nos dice, en forma reiterada, que Jesucristo es el hombre nuevo.1 Toma como punto de partida para sus reflexiones Efesios 4:24: “Y vestíos del hombre nuevo creado según Dios en la justicia y la santidad de la verdad”, y pregunta: "¿Cómo puede atribuirse al sujeto hombre la justicia, la santidad, la misericordia, la victoria sobre el pecado y la muerte y la inmunidad frente al diablo?"2 Afirma que si los atributos mencionados corresponden a Dios y no al hombre, luego se refieren a Jesucristo.
JESUCRISTO, EL HOMBRE NUEVO
Cualquier ser humano que reflexione honestamente sobre Jesús no puede hacer otra cosa que maravillarse frente a su extraordinaria personalidad. Su aporte no se limita al campo religioso. Sin ser artista, el arte fue revolucionado por el impacto de su presencia en el mundo; ése es el caso con la pintura, la escultura y la arquitectura. Sin ser filósofo, logró asimilar las escuelas filosóficas bajo la patrística. Sin ser historiador, la historia comenzó a narrar los hechos como anteriores o posteriores a él. Sin ser un revolucionario, revolucionó las relaciones humanas; así un esclavo es considerado un hermano de su amo (Epístola a Filemón), la mujer es considerada como persona y sus derechos son reconocidos inalienables; los hijos no sólo tienen deberes, sino también derechos.
El impacto de Jesucristo en la cultura es innegable. Ya en el Nuevo Testamento se pone de manifiesto cómo su persona influía sobre la gente. San Mateo, al redactar el Sermón de la montaña, hace el siguiente comentario: “Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”.3 San Lucas señala la capacidad dialéctica de Jesús para vencer a sus opositores.4 Lo mismo hace San Juan al relatar el caso de la mujer adúltera, cuando los escribas y fariseos son derrotados por Jesús, a pesar de que le habían tendido una trampa perfecta para destruirlo.5 Los milagros de Jesús llenaron de asombro a mucha gente.6 La pesca milagrosa convenció a Pedro de que la persona que tenía adelante no era un hombre común: “Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”.7 El asombro de sus discípulos llega al paroxismo cuando lo ven calmando la tempestad y aquietando las olas enfurecidas.8 Los Evangelios sinópticos son unánimes en conservar este relato asombroso.
En los tres sinópticos también se conserva el relato de la tentación en el desierto. Además del hecho histórico, es evidente que la personalidad extraordinaria de Jesús llevó a la comunidad primitiva a reflexionar sobre su relación con el hombre según la intención original de Dios. La idea de Jesús hombre nuevo, segundo Adán, hombre perfecto, está implícita en este relato. Compárese el drama del jardín del Edén9 con la victoria del desierto.10 El tentador es el mismo. Lo es también la persona tentada: el hombre según la intención original de Dios, el segundo Adán, como lo llamará después San Pablo. La diferencia estriba en los resultados del enfrentamiento. En el Edén, Adán cae y arrastra en su caída a toda la humanidad. En el desierto, Adán11 no cae sino que triunfa sobre la tentación y restaura a la humanidad la posibilidad de alcanzar el completamiento de la condición humana. Después de la victoria del desierto sólo falta la victoria de la cruz. Desierto y cruz significan la rehabilitación y redención respectivamente. En la rehabilitación del viejo Adán prevalece la obediencia activa del hombre nuevo que resiste al tentador. En la redención prevalece la obediencia pasiva del hombre nuevo que se deja matar para pagar los pecados de la humanidad y hacer posible que los hombres alcancen la nueva humanidad.
El Evangelio según San Juan conserva palabras de Jesús que ponen de manifiesto que él es la imagen de Dios, o sea, el hombre según la intención de Dios: “el que me ve, ve al que me envió”.12 Jesús es la imagen, sobre la tierra, del Dios ignoto e incomprensible. Esta realidad nos ayuda no sólo a conocer a Dios, sino también a conocer al hombre, porque entre nosotros ha estado la perfecta imagen de Dios, el hombre nuevo, el segundo Adán, el hombre perfecto.
San Juan también nos muestra la actitud del hombre nuevo, Jesucristo, para con los demás seres humanos: se comporta como un hombre común participando en una fiesta, pero muestra que es una persona fuera de lo común al convertir el agua en vino.13 Muestra a Nicodemo que se puede alcanzar una vida fuera de lo común a través del nuevo nacimiento.14 Muestra a la mujer samaritano la posibilidad de ser una “nueva mujer”, especialmente en la dimensión moral.15 Se convierte en el amigo del solitario y abandonado paralítico de Bethesda y le devuelve la salud para ser un “hombre nuevo”, especialmente en sus posibilidades físicas.16 La nueva humanidad de Jesucristo se transmite a través de su obra y ministerio a lo largo del Evangelio.
También para el autor de la Epístola a los Hebreos, Jesucristo es el hombre por excelencia, según la intención original de Dios y sin pecado. A él se refiere el Salmo 8 cuando habla de un hombre coronado de gloria y honra y señor de la creación, sin pecado.17
Para San Pablo, Jesucristo es el segundo Adán;18 la imagen de Dios;19 el hombre nuevo;20 y el hombre perfecto.21 Estas afirmaciones están íntimamente relacionadas entre sí, son complementarias. Jesucristo, como hombre, es la restauración de la humanidad a la intención original de Dios. “El es la imagen del Dios invisible”.22 San Pablo no usa la palabra omoioma, que significa “parecido”. El quiere expresar, con la palabra eicon, “imagen”, que Jesucristo es un arquetipo, aunque, por supuesto, eicon puede usarse para expresar “parecido”. En un texto muy difícil, San Pablo nos asegura que el hombre es “imagen y gloria de Dios”23 por oposición a la mujer, “gloria de varón”. Se entiende que la mujer también es imagen de Dios. El contexto paulino parecería indicar que esa imagen está en proceso de completamiento. Según Colosenses 1:15, Jesucristo es la imagen visible de un Dios invisible. El Dios ignoto, escondido, que escapa a las posibilidades cognoscitivas del hombre, puede ser conocido en la persona de su eicon. “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad”.24 Aquí San Pablo usa la palabra theotes, que significa “la esencia de la divinidad”. Podría haber usado el término theiotes, que significa “cualidad de la divinidad”.
La diferencia es mucho más que una letra. Este segundo término lo usa San Pablo con mucha precisión en Romanos 1:20, cuando dice “Porque lo que de Dios se conoce les es manifestado, pues Dios se lo manifestó”. San Pablo quiere dejar en claro que Jesucristo es Dios mismo, pero también señala que es el hombre por excelencia, el arquetipo de lo humano. Al término pleroma, “plenitud”, que utiliza para referirse a la divinidad de Cristo, lo presenta en forma inclusivo en Colosenses 1:19 “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud”. Aquí se hace referencia a la plenitud de la humanidad. El contexto es bien claro (véase Colosenses 1:15–23). “Porque en él fueron creadas todas las cosas”.25 San Juan afirma que este Verbo creador vino a ser carne.26 San Pablo hace la misma afirmación al decir que en él habita toda la plenitud.27 Estos pasajes deben interpretarse a la luz del incipiente docetismo que es combatido en 1 Juan 4:2–3 y 2 Juan 7. El anticristo es aquél que niega la humanidad de Cristo, en quien habita toda la plenitud (santo pleroma).
La literatura juanina se acerca a la paulina en su concepto de plenitud. En Juan 1:1–16 se señalan las dos plenitudes de Jesús: la divina, expresada en el concepto de verbo (logos), y la humana, expresada en el concepto de carne (sarx). San Juan afirma que de su plenitud (pleroma) recibimos gracia sobre gracia. Es decir, hay comunicación de gracia entre la plenitud de Cristo - en lo divino y en lo humano -, y nuestra vaciedad. Por eso afirma que recibimos. San Pablo hace reflexiones similares: “Y vosotros estáis completos (pepleromenoi) en él, que es la cabeza de todo principado y potestad”.28 “Llenado” es un perfecto verbo pleroo, del cual procede pleroma. O sea, por cuanto él está pleno (lleno), nosotros también podemos alcanzar la plenitud (llanura). Esta es la meta y el desafío a cada cristiano: alcanzar la estatura de Jesucristo, el hombre cabal, terminado, pleno;29 que no seamos niños inseguros y vacilantes,30 fácil presa de los que quieren engañarnos.
En Colosenses, como en el prólogo del Evangelio de San Juan, la plenitud de Cristo se da tanto a nivel divino como humano. Pero en Colosenses esta idea es mucho más explícita. Los dos versículos clave son 1:17 y 2:9. En ambos se usa el verbo habitar (katoikeo). Este verbo está compuesto por la preposición kata, que expresa la idea de “debajo”, y oikeo, que viene de oikos, “casa”. En San Juan 1:14 se usa el verbo skenoo, que se traduce también por “habitar”, pero que realmente significa “armar una tienda de campaña” (skene). Por eso algunos exégetas prefieren traducir este verbo por “acampar”: “acampó entre nosotros”. En San Juan 1:14 se usa el aoristo, un tiempo griego que da la noción puntual, o sea que aquí sugiere la provisionalidad de la encarnación. En Colosenses el mismo verbo katoikeo se usa en tiempos diferentes para referirse a la plenitud de la deidad y la plenitud de la humanidad. En 1:19, que se refiere a la plenitud de la humanidad, usa un aoristo primero en infinitivo, que muestra temporalidad, con una noción puntual. Por el contrario en 2:9, donde se refiere a la plenitud de la divinidad, utiliza el presente de un indicativo que expresa continuidad, con una noción lineal. Jesucristo como Dios es una realidad hoy, como vivencia en la fe del creyente. Jesús, hombre, es una realidad histórica y un desafío aquí y ahora, por cuanto es arquetipo de la humanidad devuelta a la intención original de Dios.
Es significativo que San Pablo utilice doce veces el concepto de pleroma, seis en las epístolas a los Efesios y a los Colosenses31 y seis en el resto32 de sus escritos, y que lo haga para referirse a la plenitud de los tiempos en que Dios deseaba revelar a los hombres sus misterios.33 Aquí pleromase relaciona con anaquefalaiosis, el proceso mediante el cual Dios va colocando todas las cosas terrenas y celestiales bajo el pleno señorío de Jesucristo. En Efesios 1:23 la “plenitud” (pleroma) se refiere a la Iglesia, tiene unsentido comunitario. Ya nos hemos referido a los dos pasajes de Colosenses (1:19 y 2:9) que se ocupan de la plenitud de la humanidad y de la divinidad, respectivamente, en la persona de Jesucristo. En Efesios, San Pablo nos presenta de una manera muy clara que la plenitud de Cristo es una manera por alcanzar; que la plena humanidad - nuestro completamiento -, se da al alcanzar el pleroma de Cristo y “conocer el amor de Cristo”, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos (plerothete) de toda la plenitud (pleroma) de Dios”.34 “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto (teleios, es decir: acabado, terminado, completo) a la medida de la estatura (’elikia, estatura, puede también traducirse por madurez) de la plenitud (pleroma) de Cristo”.35
Para concluir con las reflexiones sobre pleroma debemos señalar que el sentido de completamiento de la condición humana (completamiento en Cristo, como aparece en Gálatas 4:19), se registra en toda la literatura paulina.
Hemos procurado bosquejar los fundamentos de una antropología cristiana básica. La plenitud de vida (pleroma) es una realidad que estamos viviendo a pesar de que su culminación es todavía una meta por alcanzar. El hombre es la imagen de Dios (Imago Dei36) en proceso de integración y completamiento.
Imagen de Dios, segundo Adán, hombre nuevo y hombre perfecto son diversas manifestaciones de la misma realidad, Jesucristo, el hombre según la intención original de Dios. En Jesucristo la humanidad es rehabilitada y redimida por la victoria en el desierto y en la cruz.
Antes de pasar a la segunda parte de este capítulo hemos de prestar atención a un problema que los escritores cristianos frecuentemente soslayan. Nos referimos a la plena realización de la vida humana en Jesús a pesar de su celibato. En el capítulo anterior he señalado que la plena humanidad comúnmente se da en la relación hombre-mujer, por cuanto es en esa relación que se muestra plenamente la imagen de Dios: “Varón y hembra los creó”.37 No vamos a especular aquí sobre lo que podría haber ocurrido en el caso de que Jesús hubiera fundado una familia y engendrado hijos. Lo real es que no lo hizo. La pregunta ¿cómo puede ser un hombre soltero el modelo de humanidad? resultaría tan inútil como esta otra: ¿Cómo puede un varón ser el modelo de humanidad para una mujer? Por otro lado, el hecho de que Jesús, arquetipo de humanidad, se haya mantenido soltero, muestra la posibilidad de plena realización que tienen algunas personas excepcionales a pesar de mantenerse solteros por su entrega a una causa. Lo que sigue es una versión libre de la enseñanza de Jesús sobre este tema en San Mateo 19:12–13: “Ustedes saben que hay hombres que no pueden tener relaciones sexuales debido a imperfecciones físicas”.
Saben también que hay algunos infelices que han sido castrados a fin de que, sin peligro, cuiden a las mujeres de los poderosos.
Saben, además, que hay hombres que se imponen la abstinencia sexual por causa del Reino de Dios. Hay gran diferencia entre abstenerse por impotencia y hacerlo por propia voluntad. El que tenga poder para hacerlo, hágalo”. Juan Calvino hizo un magnífico trabajo exegético sobre este pasaje, algunas de cuyas conclusiones anotamos enseguida:
l. “No todos los hombres son capaces de mantenerse célibes”.
2. “La decisión no está en manos humanas, pues la continencia es un don especial concedido a muy pocas personas”.
3. “Sólo unas pocas personas señaladas por Dios pueden afrontar el sacrificio del celibato”.
4. “Para todos los demás, la mayoría, Dios no sólo permite sino que ordena el matrimonio”.
5. “Quien se resiste al matrimonio está luchando contra Dios”.
El celibato de Jesús es comparable al de San Pablo, quien no considera el celibato como una cualidad que hace al célibe superior al casado.
San Pablo reconoce que los apóstoles, los hermanos de Jesús y Cefas, tienen sus respectivas esposas, y afirma que él también tiene autoridad para hacer lo mismo.38 San Pablo afirma que el matrimonio es el estado normal de todo hombre y de toda mujer que no tenga el carisma del celibato,39 y que aun cuando hay carismas diferentes para los casados y para los célibes, todo viene de Dios.40
JESUS, MODELO DE HUMANIDAD
En todo ser humano hay dos realidades: la imagen de Dios y el pecado. La presencia de estos dos elementos contradictorios crea en la persona una ambivalencia existencial. A pesar del pecado se expresa la imagen de Dios, de modo que hay en cada persona valores inherentes a la condición del ser humano. Es significativo que Jesucristo predique a una multitud que no estaba integrada exclusivamente por creyentes: “Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo”.41 En otro lugar he reflexionado sobre la imagen de Dios en los no creyentes.42 El hecho de que una persona no crea en la imagen de Dios no impide que la tenga. La imagen de Dios es el germen del nuevo hombre que está latente en cada persona.
En el Nuevo Testamento el concepto de hombre nuevo se emplea para referir concretamente a: l) El nuevo nacimiento y el encuentro con el imperativo moral; 2) El hombre nuevo enprogreso hacia la perfección; y 3) El hombre nuevo en su expresión comunitaria. Veamos cada uno de estos tres usos.
1. El nuevo nacimiento y el encuentro con el imperativo moral. Presentaremos aquí, en orden cronológico, varios pasajes del corpus paulino.
Es sabido que las epístolas de San Pablo han sido ubicadas en la Biblia por orden de extensión, no cronológicamente.
En la Epístola a los Gálatas San Pablo afirma: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”.43 La idea del hombre nuevo como una vestimenta, que todavía no es nuestra piel, pero que debe serlo, aparece más tarde en las epístolas de la cautividad.44 Jesucristo es el hombre nuevo y debemos ir conformándonos no sólo para parecernos a él - vestidos del hombre nuevo -, sino para ser como él es. El hombre nuevo debe dejar de ser un traje del cristiano para convertirse en parte de su ser. El bautismo es la expresión externa de la fe en Jesucristo que nos lava de nuestros pecados, y el sello del Espíritu Santo que nos convierte en nuevas criaturas aunque todavía no seamos plenamente el hombre nuevo: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.45 vida que uno inicia cuando se arrepiente de sus pecados y se entrega a Cristo y da testimonio por el bautismo y en él recibe el sello de la Gracia de Dios, es realmente una vida nueva. En este nuevo estado de vida, no existe más diferencia alguna entre judío y gentil, esclavo o libre, hombre o mujer, ya que “todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.46
En la Epístola a los Romanos encontramos un enfoque similar al de Gálatas, pero en aquélla San Pablo señala que el nuevo nacimiento involucra el encuentro con el imperativo moral. “¿O no sabéis que los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”.47 Cuando el hombre entra en contacto con el Cristo resucitado, muere a su viejo hombre y nace como un hombre nuevo, “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”.48 El cristiano debe conformarse a Jesucristo, el cual es el hombre nuevo: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo; para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”.49
En la Epístola a los Colosenses encontramos el mismo esquema que San Pablo presenta en Gálatas 3:27–28 y en Romanos 6:3–6. Dice el apóstol: “Sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. Y a vosotros, estando muertos en pecado y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él…"50 En la carta a los Colosenses, la nueva vida en Cristo implica la liberación del cristiano de supersticiones “de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”.51
2. El hombre nuevo en progreso hacia la perfección. En el Sermón de la montaña, Jesús nos dice: “Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”.52 Al joven rico le dice: “Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo, y ven y sígueme”.53 En ambos pasajes la palabra griega teleios es traducida por perfecto. Se trata de un término que deriva de telos, que significa fin, objetivo final. Teleios aparece sólo estas dos veces en los Evangelios, siempre para expresar conceptos de Jesús. En Mateo 5:48 el Señor nos muestra que, en la medida que el hombre es una Gestalt viviente en proceso de integración, debe tener como meta el completamiento de su condición humana. En otras palabras, “Sed hombres como Dios es Dios”. El mandato a ser hombres lleva implícita la idea de hombres según la intención original de Dios, es decir, hombres nuevos, perfectos. El aporte del hombre para lograr esa meta es muy pequeño en comparación con lo que Dios hace, pero el Señor nos ordena hacerlo y debemos consagrar nuestros mayores esfuerzos.
En el texto de Mateo 19:21 Jesús le muestra al joven rico que las riquezas le impedían alcanzar la meta que Dios señala a cada hombre. Todo obstáculo debe ser quitado del camino pues la meta es más grande y gloriosa que toda posesión terrena. Ambos pasajes están enmarcados en un contexto ético-moral.
Para San Pablo el objetivo de la evangelización es anunciar a Jesucristo, “amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto (teleios) en Cristo Jesús a todo hombre”.54 El cristiano debe crecer hacia el completamiento de su condición humana según el modelo del hombre nuevo y perfecto, Jesucristo. Ya hemos señalado que la perpetua niñez no es la meta de la persona nacida de nuevo: “Hermanos, no seais niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros (teleios) en el modo de pensar”. La versión de Reina-Valera traduce aquí teleios por maduro; estimo que sería más adecuado usar la palabra adulto por oposición a niño. La idea del completamiento de un proceso queda bien en claro. La Biblia Latinoamericana trae, a mi juicio, la mejor traducción de Efesios 4:13, pues es fiel al original griego y presenta lúcidamente la idea de crecimiento hacia un objetivo: “La meta es que todos juntos nos encontremos unidos en la misma fe y en el mismo conocimiento del Hijo de Dios y con eso se logrará el hombre perfecto (teleios) que en la madurez de su desarrollo es la plenitud de Cristo”.
Jesucristo es la imagen de Dios, el hombre nuevo, el segundo Adán, el hombre perfecto. La meta de cada cristiano debe ser llegar a ser como Jesucristo. Cuando buscamos a Dios nos encontramos con la realidad de que él nos estaba buscando antes de que nos interesáramos en el encuentro: “Somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.55 El verbo transformar (metamorfoo) es el mismo que San Pablo utiliza en Romanos 12:2: “Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”. Este verbo, que San Pablo utiliza sólo en las dos ocasiones mencionadas, aparece también tres veces en los Evangelios sinópticos (referido a la transformación de Jesús en el monte de la Transfiguración).
En 2 Corintios 3:18 se hace referencia a la transformación del rostro de Moisés cuando bajaba del Monte Sinaí después de haber estado en comunión con Dios: “No sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía después que hubo hablado con Dios... y tuvieron miedo de él”.56 Moisés descendió con la gloria de Dios en su rostro. San Pablo afirma que en su proceso de crecimiento, el cristiano es transformado de gloria en gloria en la misma imagen, y que no se trata del esfuerzo humano, sino de la obra del Espíritu Santo con la colaboración del mismo creyente. Conozco una persona que ha tenido experiencias espirituales muy profundas, al punto de haber sentido la gloria de Dios en su cuerpo. Lamentablemente muchos cristianos parecen haber perdido el interés por las experiencias espirituales profundas y se conforman con la mediocridad.
La transformación que debe experimentar el cristiano tiene como objetivo hacerlo tan humano como Jesucristo: “Hasta que Cristo sea formado en vosotros”.57 El cristiano nace de nuevo para crecer. Resulta sumamente interesante la antinomia niño-adulto en 1 Corintios 13 y Efesios 4:13–14. El adulto, el hombre perfecto (nuevo) o en proceso de serio, es aquél que es capaz de amar con la misma intensidad que anota 1 Corintios 13. “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”.58
En todo ser humano está la imagen de Dios, y también el pecado. El progreso hacia la perfección no es entonces un proceso de autorreforma, producto de un humanismo ingenuo, sino la obra de Dios en colaboración con el hombre. Por lo tanto tomemos en consideración los consejos de San Pablo: “Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia. Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.59
3. El hombre nuevo en su expresión comunitaria. Conviene tener en cuenta que los pasajes que hemos considerado hasta aquí no fueron originalmente dirigidos a individuos, sino a comunidades. Si bien es válido aplicarlos a cada persona, no debe perderse de vista el sentido comunitario de los mismos.
Hay dos pasajes de San Pablo que muestran prioritariamente el sentido comunitario. En Efesios 2:15 el apóstol utiliza el concepto de hombre nuevo en relación con la Iglesia universal. De miembros de dos pueblos diferentes (el gentil y el judío), Dios funda la Iglesia “para crear en sí mismo de los dos un sólo y nuevo hombre, haciendo la paz”. Un árbol en un bosque es al mismo tiempo árbol y bosque. Sin los árboles no hay bosque, pero sólo en comunidad el árbol puede ser bosque; así ocurre con el cristiano en su relación con la iglesia.
Efesios 5:21–33 es el único lugar de la Biblia donde se hace referencia al bautismo de la iglesia. La comunidad de creyentes es santificada por el bautismo y es Jesucristo mismo el que la ha bautizado para presentársela a sí mismo como “una iglesia gloriosa, que no tuviese manchas ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (v. 27).
En la imagen conyugal que aquí emplea San Pablo, llama la atención el hecho de que la palabra iglesia aparece seis veces (5:23, 24, 25, 27, 29, 32), mientras que en el resto de la epístola aparece sólo tres veces (1:22; 3:10, 21).
La voluntad de Dios es la santificación60 de la Iglesia, desnaturalizada a través de los siglos por muchas manchas y arrugas. Los cristianos hoy tenemos la responsabilidad histórica de ponernos en las manos de Dios y de hacer nuestro mayor aporte para el completamiento de nuestra condición humana - nuestra santificación - de modo que podamos contribuir a la santificación de la Iglesia y a la creación del hombre nuevo individual y comunitario.
PARA REFLEXIONAR
En Ymcápolis, donde estoy escribiendo estas líneas, hay un arroyo serrano de casi mil metros que atraviesa esta propiedad de la Asociación Cristiana de Jóvenes de Buenos Aires. En algunos sectores el agua corre serenamente; son lugares de mayor profundidad. En otros lugares las aguas corren atropelladamente, produciendo un alegre murmullo; éstos son los tramos donde hay menos profundidad. Los cristianos somos como ese arroyo: algunos hacemos mucho ruido pero carecemos de profundidad; otros, en cambio, marchamos serena pero irreversiblemente hacia la meta.
Jesucristo es el modelo de hombre, además de redentor. El lector habrá conocido creyentes que se ocupan en marcar las distancias existentes entre ellos mismos y las demás personas - creyentes o no -, a quienes consideran inferiores; quizás usted mismo sea uno de esos creyentes. Los cristianos somos conscientes de la distancia que existe entre nosotros y nuestro modelo. Quien asume aquella primera actitud encontrará siempre alguien peor con quien compararse y hasta lo celebrará ruidosamente, como lo hacen las partes poco profundas del arroyo serrano. Los que asumimos la segunda actitud somos necesariamente humildes ante el Señor y ante nuestro prójimo; no hacemos ruidos, pero sabemos dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos.
l. ¿Puede una persona ser creyente sin ser necesariamente cristiana? ¿Es posible un auténtico nuevo nacimiento sin crecimiento hacia el completamiento de la condición humana en Jesucristo? Si esto es posible... ¿qué ocurre con el recién nacido que no crece?
2. ¿Por qué resulta más fácil ver los defectos de otros que reconocer las deficiencias propias?
León, Jorge A.: ¿Es Posible El Hombre Nuevo? : León, Jorge A. Buenos Aires, Argentina.
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