EL HOMBRE NUEVO: ¿MITO O REALIDAD?
Por diversos caminos la humanidad procura hoy ser realmente humana. Hemos visto que el concepto cristiano de redención es inclusivo, es decir, el enfoque cristiano no contradice necesariamente los propósitos humanizantes de otras líneas de pensamiento, las que, por otra parte, han hecho su propia contribución a la reflexión teológico, como hemos visto en el capítulo III. La diferencia puede apreciarse en la metodología empleada como en los resultados - la reducción de la redención a aspectos de la vida humana hemos visto un elemento constante: la dimensión moral. En el capítulo II hemos mostrado cómo según las enseñanzas del Nuevo Testamento el nuevo nacimiento conduce, necesariamente, al encuentro con el imperativo moral. En el capítulo III hemos reflexionado sobre el área moral de la redención. En el capítulo IV, al presentar los aspectos fundamentales para la concreción del hombre nuevo, hemos afirmado que el hombre nuevo es una persona moral.
La falta de moral - no de moralismos -, es uno de los más serios problemas de nuestro tiempo; el testimonio de los cristianos que marchamos en pos del completamiento de nuestra condición humana en Jesucristo, es fundamental para devolver la confianza en la posibilidad de un mundo mejor y para lograr el apoyo necesario en ese sentido a través del compromiso personal.
La imagen de Dios - que fue colocada en nosotros por el Creador -, es esencialmente moral. El hombre nuevo, hombre perfecto, segundo Adán, imagen de Dios, debe concretarse básicamente por vía de la recuperación de la esencial moral del hombre, según la intención original de Dios. Por un hombre -Adán -, entró el pecado en el mundo y deterioró la imagen de Dios que el hombre había heredado en su creación. Por otro hombre, Jesucristo, el ser humano tiene la posibilidad de acceder a su completamiento moral. De allí que Jesús nos esté haciendo un desafío válido y no frustrante cuando nos dice: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre que está en los cielos es perfecto”.1
El hombre nuevo es fundamentalmente un ser moral, alguien que escasea hoy. Ahora bien: ¿es el hombre nuevo sólo una expresión de deseos, o algo que puede concretarse? En otras palabras... ¿es el hombre nuevo un mito o una realidad? Ya he hablado de mi interés personal por alcanzar esa meta de realización humana en Jesucristo, y también espero no transitar por caminos de frustración y angustia porque cuento con mucho más que mis propias fuerzas. Para mostrar la posibilidad real de alcanzar el completamiento, he de referirme a un caso concreto.
EL TRANSITO DE SAN PABLO HACIA EL HOMBRE NUEVO
Encararé este epígrafe desde dos puntos de vista: uno, el completamiento por San Pablo de todos los elementos indispensables para la concreción del hombre nuevo, y otro, la descripción testimonial del propio apóstol de su progreso hacia la meta.
San Pablo se encontró con Dios en el camino a Damasco, y de perseguidor se convirtió en predicador del Evangelio. Además de las tres narraciones de su conversión, que aparecen en el libro de los Hechos de los Apóstoles,2 en Gálatas 1:11–24, encontramos el testimonio personal de este hombre de Dios.
San Pablo es también un hombre de oración - así lo atestiguan sus epístolas - En su correspondencia a la iglesia en Corinto da testimonio de sus profundas experiencias místicas. Hay dos citas bíblicas muy importantes. La primera, a raíz de conflictos surgidos en Corinto (por ejemplo, el mal uso de la glosolalia o don de lenguas), habla de un camino mucho más excelente, el amor.3 Poco después hace una confesión sobre la cual no existe información adicional en todo el Nuevo Testamento: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros”.4 El otro pasaje bíblico, referido a experiencias espirituales no comunes, es el de 2 Corintios 12:2–4. Es probable que esta experiencia la haya vivido sólo una vez porque dice “hace catorce años”; si la hubiera repetido, la aclaración “hace catorce años” resultaría innecesaria. En este pasaje no se trata de hablar sino de “escuchar palabras inefables que el hombre no puede expresar”. Es una pena que no tengamos mayor información sobre esta experiencia tan particular. También es significativo que en momentos en que acontece en la Iglesia (incluida la Iglesia Católica), un llamativo movimiento carismático que enfatiza la glosolalia, no se haga hincapié en la búsqueda de la akuoteulalia, “el deseo de escuchar la lengua de Dios”. Ignoro que algún grupo de cristianos se esté moviendo en este sentido. En mi peregrinaje hacia la concreción del hombre nuevo me interesa lograr esta segunda experiencia carismática paulina.5
Como todo ser humano, San Pablo debió de tener sus conflictos y sus luchas personales para ajustar su vida a los principios éticos del Evangelio. El capítulo 7 de la epístola a los Romanos se refiere a un “aguijón” en su carne. La palabra griega que se traduce por “aguijón” significa una “porción de madera puntiaguda, estaca clavada, espina”. El verbo abofetear bien podría traducirse por “dar golpes de puño”. Basta analizar estas dos palabras del relato paulino para comprender la magnitud de su conflicto. A la luz de Gálatas 4:13–15, algunos estudiosos de la Biblia afirman que la espina en la carne de San Pablo era una enfermedad de la vista. De haber sido así, en los casi veinte años que transcurrieron entre la redacción de Gálatas y 2 Timoteo el apóstol debió haberse referido de nuevo a su terrible enfermedad” que debió de agravarse con el tiempo. En el supuesto caso de que hubiera sido sanado por un milagro divino, difícilmente lo habría silenciado en sus epístolas. Es lógico que en nuestra cultura, donde se desarrollan imágenes idealizadas de los santos y se magnífica la gravedad de los pecados sexuales con relación a los del espíritu y a los sociales, se haya pensado en el “aguijón” de San Pablo como un problema físico. No obstante, Romanos 7:7–25 se refiere a las dificultades del apóstol para ajustar su conducta al ideal moral evangélico. Las especulaciones sobre la “enfermedad” de San Pablo son muy variadas: la de la vista es la más corriente. No he encontrado una sola teoría que sugiera un problema físico. Sin embargo, yo creo que -a la luz de Romanos 7-, debemos pensar en un problema humano no físico. Sugiero la evidencia de un conflicto afectivo-sexual, el más común entre los seres humanos. San Pablo, por haber sido miembro del Sanedrín judío debió de estar casado;6 reconoce su derecho a traer con él una mujer por esposa, como lo hacían los apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas,7 pero no procuró otra esposa. Sin embargo, todo parece indicar que conoció la excelencia de la vida sexual; por ejemplo, manifiesta que a través de la esposa el cónyuge inconverso puede participar del “estar en Cristo” de su pareja.8 De la misma manera, el hombre que tiene relaciones sexuales con una ramera se hace solidario - por la intimidad de esa relación humana -, con todo el pecado de la mujer prostituta.9 Si San Pablo padeció un conflicto afectivo-sexual (viudez, adulterio de su esposa, dificultad para canalizar su libido insatisfecha, impotencia sexual, etc.), o no, lo cierto es que, a pesar de todo, se mantuvo en una línea de crecimiento integral. Cuando escribe su última epístola se siente victorioso: se considera como un soldado que ha ganado una guerra que no ha sido fácil, como un atleta que ha vencido en reñida competición, en fin, como un cristiano que ha logrado conservar su fe a pesar de los conflictos internos y externos que ha debido encarar.10 No contamos con información suficiente sobre la vida moral del apóstol, pero, en líneas generales, podemos afirmar que se esforzó por vivir una vida acorde con la ética cristiana y que al final de su existencia lo había logrado plenamente.
San Pablo también presenta en su propia vida personal la cuarta característica para la concreción del hombre nuevo: tuvo una profunda preocupación social, y así lo manifestó siempre en sus reflexiones teológicas, por ejemplo, cuando se refería al hombre nuevo en sentido comunitario,11 ya que no considera a la nueva humanidad como una experiencia exclusivamente individual. Como he señalado antes, el hombre puede ser hombre nuevo sólo en la forma que el árbol puede ser bosque sin dejar de ser árbol, en comunidad. En el capítulo anterior he explicitado ampliamente el compromiso de San Pablo con la dimensión social del Evangelio. Por esa razón no he de detenerme en esa área de reflexión.
Utilizaré muy poco espacio más para referirme a las otras tres características del hombre nuevo que San Pablo asume plenamente." Me limitaré a mencionar dos características.14 San Pablo logra el completamiento de su condición humana cuando crucifica su orgullo y hace posible el surgimiento de la humildad. Por otra parte, realiza su actividad misionera y evangelizadora sin esperar que se concrete el hombre nuevo que ansía: el apóstol comparte a Jesucristo desde el inicio mismo de su vida cristiana, ya que la vida espiritual se recibe cuando se da. Estas características que encontramos en la vida de San Pablo están al alcance del cristiano común que desee colocarse plenamente en las manos de Dios.
Pasemos ahora a describir el proceso de crecimiento hacia el hombre nuevo según el testimonio del propio apóstol. Nos ocuparemos de tres pasajes fundamentales que muestran con claridad su ascenso espiritual.
El primer pasaje a considerar es Romanos 7:7–25. Debemos tener en cuenta que esta epístola se escribe cuando el apóstol considera que su misión evangelizadora en la parte oriental de Europa había arraigado lo suficiente como para comenzar la misma tarea en la parte occidental. Anuncia a los cristianos de Roma que los visitará de paso para España.15 Esta carta se escribe aproximadamente en el año 58.
En Romanos 7:7–25 el apóstol desnuda su alma frente a sus hermanos en Cristo. Confiesa sus luchas internas y su confianza en Jesucristo.16 En Filipenses 3:13–1 4 afirma su disposición a seguir el camino de su completamiento en Cristo. Para la ubicación del lector en cuanto al crecimiento personal de San Pablo, es bueno tener en cuenta que esta epístola fue escrita entre los años 61 y 63. La última epístola paulina, escrita probablemente en el año 67, muestra que el autor ha llegado a la culminación de su peregrinaje hacia la plenitud de la condición humana: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día…"17
El hombre nuevo no es utópico, es una experiencia en curso de realización. Jesucristo, nuestro Señor, no nos conduce por el camino de frustración cuando nos invita a alcanzar la perfección humana, así como Dios posee la perfección divina.18 El hecho de que por lo menos un hombre de la Biblia la haya alcanzado constituye en sí un desafío a cada ser humano. Es en ese sentido que San Pablo invita a los hermanos en Cristo - también nosotros -: “Sed imitadores de mí, así como yo soy de Cristo”.19 El mundo necesita hoy una nueva humanidad... ¿Acepta el desafío a que comience por usted?
León, Jorge A.: ¿Es Posible El Hombre Nuevo? : León, Jorge A. Buenos Aires, Argentina.
Por diversos caminos la humanidad procura hoy ser realmente humana. Hemos visto que el concepto cristiano de redención es inclusivo, es decir, el enfoque cristiano no contradice necesariamente los propósitos humanizantes de otras líneas de pensamiento, las que, por otra parte, han hecho su propia contribución a la reflexión teológico, como hemos visto en el capítulo III. La diferencia puede apreciarse en la metodología empleada como en los resultados - la reducción de la redención a aspectos de la vida humana hemos visto un elemento constante: la dimensión moral. En el capítulo II hemos mostrado cómo según las enseñanzas del Nuevo Testamento el nuevo nacimiento conduce, necesariamente, al encuentro con el imperativo moral. En el capítulo III hemos reflexionado sobre el área moral de la redención. En el capítulo IV, al presentar los aspectos fundamentales para la concreción del hombre nuevo, hemos afirmado que el hombre nuevo es una persona moral.
La falta de moral - no de moralismos -, es uno de los más serios problemas de nuestro tiempo; el testimonio de los cristianos que marchamos en pos del completamiento de nuestra condición humana en Jesucristo, es fundamental para devolver la confianza en la posibilidad de un mundo mejor y para lograr el apoyo necesario en ese sentido a través del compromiso personal.
La imagen de Dios - que fue colocada en nosotros por el Creador -, es esencialmente moral. El hombre nuevo, hombre perfecto, segundo Adán, imagen de Dios, debe concretarse básicamente por vía de la recuperación de la esencial moral del hombre, según la intención original de Dios. Por un hombre -Adán -, entró el pecado en el mundo y deterioró la imagen de Dios que el hombre había heredado en su creación. Por otro hombre, Jesucristo, el ser humano tiene la posibilidad de acceder a su completamiento moral. De allí que Jesús nos esté haciendo un desafío válido y no frustrante cuando nos dice: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre que está en los cielos es perfecto”.1
El hombre nuevo es fundamentalmente un ser moral, alguien que escasea hoy. Ahora bien: ¿es el hombre nuevo sólo una expresión de deseos, o algo que puede concretarse? En otras palabras... ¿es el hombre nuevo un mito o una realidad? Ya he hablado de mi interés personal por alcanzar esa meta de realización humana en Jesucristo, y también espero no transitar por caminos de frustración y angustia porque cuento con mucho más que mis propias fuerzas. Para mostrar la posibilidad real de alcanzar el completamiento, he de referirme a un caso concreto.
EL TRANSITO DE SAN PABLO HACIA EL HOMBRE NUEVO
Encararé este epígrafe desde dos puntos de vista: uno, el completamiento por San Pablo de todos los elementos indispensables para la concreción del hombre nuevo, y otro, la descripción testimonial del propio apóstol de su progreso hacia la meta.
San Pablo se encontró con Dios en el camino a Damasco, y de perseguidor se convirtió en predicador del Evangelio. Además de las tres narraciones de su conversión, que aparecen en el libro de los Hechos de los Apóstoles,2 en Gálatas 1:11–24, encontramos el testimonio personal de este hombre de Dios.
San Pablo es también un hombre de oración - así lo atestiguan sus epístolas - En su correspondencia a la iglesia en Corinto da testimonio de sus profundas experiencias místicas. Hay dos citas bíblicas muy importantes. La primera, a raíz de conflictos surgidos en Corinto (por ejemplo, el mal uso de la glosolalia o don de lenguas), habla de un camino mucho más excelente, el amor.3 Poco después hace una confesión sobre la cual no existe información adicional en todo el Nuevo Testamento: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros”.4 El otro pasaje bíblico, referido a experiencias espirituales no comunes, es el de 2 Corintios 12:2–4. Es probable que esta experiencia la haya vivido sólo una vez porque dice “hace catorce años”; si la hubiera repetido, la aclaración “hace catorce años” resultaría innecesaria. En este pasaje no se trata de hablar sino de “escuchar palabras inefables que el hombre no puede expresar”. Es una pena que no tengamos mayor información sobre esta experiencia tan particular. También es significativo que en momentos en que acontece en la Iglesia (incluida la Iglesia Católica), un llamativo movimiento carismático que enfatiza la glosolalia, no se haga hincapié en la búsqueda de la akuoteulalia, “el deseo de escuchar la lengua de Dios”. Ignoro que algún grupo de cristianos se esté moviendo en este sentido. En mi peregrinaje hacia la concreción del hombre nuevo me interesa lograr esta segunda experiencia carismática paulina.5
Como todo ser humano, San Pablo debió de tener sus conflictos y sus luchas personales para ajustar su vida a los principios éticos del Evangelio. El capítulo 7 de la epístola a los Romanos se refiere a un “aguijón” en su carne. La palabra griega que se traduce por “aguijón” significa una “porción de madera puntiaguda, estaca clavada, espina”. El verbo abofetear bien podría traducirse por “dar golpes de puño”. Basta analizar estas dos palabras del relato paulino para comprender la magnitud de su conflicto. A la luz de Gálatas 4:13–15, algunos estudiosos de la Biblia afirman que la espina en la carne de San Pablo era una enfermedad de la vista. De haber sido así, en los casi veinte años que transcurrieron entre la redacción de Gálatas y 2 Timoteo el apóstol debió haberse referido de nuevo a su terrible enfermedad” que debió de agravarse con el tiempo. En el supuesto caso de que hubiera sido sanado por un milagro divino, difícilmente lo habría silenciado en sus epístolas. Es lógico que en nuestra cultura, donde se desarrollan imágenes idealizadas de los santos y se magnífica la gravedad de los pecados sexuales con relación a los del espíritu y a los sociales, se haya pensado en el “aguijón” de San Pablo como un problema físico. No obstante, Romanos 7:7–25 se refiere a las dificultades del apóstol para ajustar su conducta al ideal moral evangélico. Las especulaciones sobre la “enfermedad” de San Pablo son muy variadas: la de la vista es la más corriente. No he encontrado una sola teoría que sugiera un problema físico. Sin embargo, yo creo que -a la luz de Romanos 7-, debemos pensar en un problema humano no físico. Sugiero la evidencia de un conflicto afectivo-sexual, el más común entre los seres humanos. San Pablo, por haber sido miembro del Sanedrín judío debió de estar casado;6 reconoce su derecho a traer con él una mujer por esposa, como lo hacían los apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas,7 pero no procuró otra esposa. Sin embargo, todo parece indicar que conoció la excelencia de la vida sexual; por ejemplo, manifiesta que a través de la esposa el cónyuge inconverso puede participar del “estar en Cristo” de su pareja.8 De la misma manera, el hombre que tiene relaciones sexuales con una ramera se hace solidario - por la intimidad de esa relación humana -, con todo el pecado de la mujer prostituta.9 Si San Pablo padeció un conflicto afectivo-sexual (viudez, adulterio de su esposa, dificultad para canalizar su libido insatisfecha, impotencia sexual, etc.), o no, lo cierto es que, a pesar de todo, se mantuvo en una línea de crecimiento integral. Cuando escribe su última epístola se siente victorioso: se considera como un soldado que ha ganado una guerra que no ha sido fácil, como un atleta que ha vencido en reñida competición, en fin, como un cristiano que ha logrado conservar su fe a pesar de los conflictos internos y externos que ha debido encarar.10 No contamos con información suficiente sobre la vida moral del apóstol, pero, en líneas generales, podemos afirmar que se esforzó por vivir una vida acorde con la ética cristiana y que al final de su existencia lo había logrado plenamente.
San Pablo también presenta en su propia vida personal la cuarta característica para la concreción del hombre nuevo: tuvo una profunda preocupación social, y así lo manifestó siempre en sus reflexiones teológicas, por ejemplo, cuando se refería al hombre nuevo en sentido comunitario,11 ya que no considera a la nueva humanidad como una experiencia exclusivamente individual. Como he señalado antes, el hombre puede ser hombre nuevo sólo en la forma que el árbol puede ser bosque sin dejar de ser árbol, en comunidad. En el capítulo anterior he explicitado ampliamente el compromiso de San Pablo con la dimensión social del Evangelio. Por esa razón no he de detenerme en esa área de reflexión.
Utilizaré muy poco espacio más para referirme a las otras tres características del hombre nuevo que San Pablo asume plenamente." Me limitaré a mencionar dos características.14 San Pablo logra el completamiento de su condición humana cuando crucifica su orgullo y hace posible el surgimiento de la humildad. Por otra parte, realiza su actividad misionera y evangelizadora sin esperar que se concrete el hombre nuevo que ansía: el apóstol comparte a Jesucristo desde el inicio mismo de su vida cristiana, ya que la vida espiritual se recibe cuando se da. Estas características que encontramos en la vida de San Pablo están al alcance del cristiano común que desee colocarse plenamente en las manos de Dios.
Pasemos ahora a describir el proceso de crecimiento hacia el hombre nuevo según el testimonio del propio apóstol. Nos ocuparemos de tres pasajes fundamentales que muestran con claridad su ascenso espiritual.
El primer pasaje a considerar es Romanos 7:7–25. Debemos tener en cuenta que esta epístola se escribe cuando el apóstol considera que su misión evangelizadora en la parte oriental de Europa había arraigado lo suficiente como para comenzar la misma tarea en la parte occidental. Anuncia a los cristianos de Roma que los visitará de paso para España.15 Esta carta se escribe aproximadamente en el año 58.
En Romanos 7:7–25 el apóstol desnuda su alma frente a sus hermanos en Cristo. Confiesa sus luchas internas y su confianza en Jesucristo.16 En Filipenses 3:13–1 4 afirma su disposición a seguir el camino de su completamiento en Cristo. Para la ubicación del lector en cuanto al crecimiento personal de San Pablo, es bueno tener en cuenta que esta epístola fue escrita entre los años 61 y 63. La última epístola paulina, escrita probablemente en el año 67, muestra que el autor ha llegado a la culminación de su peregrinaje hacia la plenitud de la condición humana: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día…"17
El hombre nuevo no es utópico, es una experiencia en curso de realización. Jesucristo, nuestro Señor, no nos conduce por el camino de frustración cuando nos invita a alcanzar la perfección humana, así como Dios posee la perfección divina.18 El hecho de que por lo menos un hombre de la Biblia la haya alcanzado constituye en sí un desafío a cada ser humano. Es en ese sentido que San Pablo invita a los hermanos en Cristo - también nosotros -: “Sed imitadores de mí, así como yo soy de Cristo”.19 El mundo necesita hoy una nueva humanidad... ¿Acepta el desafío a que comience por usted?
León, Jorge A.: ¿Es Posible El Hombre Nuevo? : León, Jorge A. Buenos Aires, Argentina.
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