Comentario a Hechos de los Apóstoles
Capítulo 20
Parte de la presión que sentía Pablo en Efeso era su preocupación y su profundo interés por todas las iglesias. Sus cartas a los corintios nos muestran que le preocupaban de manera especial los creyentes de Macedonia y de Grecia. (Vea 2 Corintios 11:28; 12-20; 13:6) Ya había enviado a Timoteo y a Erasto a Macedonia. Ahora había llegado el momento de que Pablo fuera también.
El regreso a Macedonia y Grecia (20:1-6)
Después que cesó el alboroto, llamó Pablo a los discípulos, y habiéndolos exhortado y abrazado, se despidió y salió para ir a Macedonia. Y después de recorrer aquellas regiones, y de exhortarles con abundancia de palabras, llegó a Grecia. Después de haber estado allí tres meses, y siéndole puestas asechanzas por los judíos para cuando se embarcase para Siria, tomó la decisión de volver por Macedonia. Y le acompañaron hasta Asia, Sópater de Berea, Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe, y Timoteo; y de Asia, Tíquico y Trófimo. Estos, habiéndose adelantado, nos esperaron en Troas. Y nosotros, pasados los días de los panes sin levadura, navegamos de Filipos, y en cinco días nos reunimos con ellos en Troas, donde nos quedamos siete días.
Después de que cesaron el alboroto y los disturbios. Pablo llamó a los discípulos (los creyentes efesios), los exhortó (les dio ánimo) a que vivieran una vida santa y fueran fieles al Señor, como lo muestran las secciones prácticas de sus epístolas. Entonces, después de abrazarlos y despedirse de ellos, se marchó a Macedonia. Probablemente, ésta sería la última vez que vería a este cuerpo de creyentes. Cuando pasó más tarde por Efeso, camino de Jerusalén, sólo vio a los ancianos de la iglesia.
Es probable que fuera a Macedonia a través de Troas, con la esperanza de encontrar a Tito allí (2 Corintios 2:13). Al no encontrarlo allí, siguió hasta Filipos (2 Corintios 2:12, 13). En aquella ciudad se encontró con Tito, que era portador de buenas nuevas (2 Corintios 7:6, 7).
Durante el verano y el otoño. Pablo fue pasando por las diversas iglesias de Macedonia, dándoles exhortación con abundancia de palabras. Probablemente, también visitara las ciudades situadas al oeste de las que había visitado en el viaje anterior, puesto que en Romanos 15:19 dice que había predicado el evangelio con poder hasta llegar a Ilírico (Dalmacia) en la parte nordeste de Macedonia.
Después bajó a Grecia, donde pasó los tres meses del invierno de fines del año 56 y principios del 57 d.C. Lo más probable es que la mayor parte de este tiempo lo pasara en Corinto. La tradición afirma que escribió la epístola a los romanos en aquel lugar poco antes de marcharse.
Cuando se hallaba a punto de marcharse con rumbo a Siria, los judíos incrédulos tramaron asechanzas contra él, de manera que cambió sus planes. En lugar de tomar un barco desde Grecia, le aconsejaron que volviera a través de Macedonia.
Los siete hombres que iban a acompañar a Pablo al Asia, al parecer tomaron el barco como habían pensado originalmente. Fueron delante de Pablo a Troas y lo esperaron allí. Estos siete eran Sópater (llamado también Sosípater) de Berea, Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe, y Timoteo; y de Asia, Tíquico y Trófimo (de Efeso). Muchos escritores estiman que ellos hicieron este viaje para representar a las iglesias que habían dado dinero como ofrenda para los pobres que había entre los cristianos de Jerusalén. Tenían la responsabilidad de ver qué se hacía con el dinero e informar a sus iglesias locales al regresar. La Iglesia primitiva era muy cuidadosa en rendir buenas cuentas con el dinero, e igualmente cuidadosa en dárselas a conocer a los miembros de la congregación.
Después de los siete días de la fiesta del pan sin levadura, en abril, Pablo embarcó en Filipos, acompañado por Lucas. En Troas se encontraron con los demás y permanecieron allí siete días.
Eutico vuelve a la vida (20:7-12)
El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan. Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche, Y había muchas lámparas en el aposento alto donde estaban reunidos; y un joven llamado Eutico, que estaba sentado en la ventana, rendido de un sueño profundo, por cuanto Pablo disertaba largamente, vencido del sueño cayó del tercer piso abajo, y fue levantado muerto. Entonces, descendió Pablo y se echó sobre él, y abrazándole, dijo: No os alarméis, pues está vivo. Después de haber subido, y partido el pan y comido, habló largamente hasta el alba; y así salió. Y llevaron al joven vivo, y fueron grandemente consolados.
En Troas, es probable que Pablo fuera a la sinagoga en el sábado, como era su costumbre. Después, al día siguiente, los creyentes se reunieron con él y con sus acompañantes para partir el pan. Esto significa que todos llevaron comida, compartieron un banquete de fraternidad y terminaron con la observancia de la Cena del Señor.
Pablo aprovechó la oportunidad para predicar. Puesto que se marchaba al día siguiente, prolongó su discurso hasta la medianoche. Pudo hacerlo, porque había una gran cantidad de lámparas de aceite de oliva en el aposento alto donde estaban reunidos.
Había un joven llamado Eutico sentado en el borde de la ventana, escuchándolo. Alrededor de la medianoche, lo venció un sueño profundo. Todos tenían su atención fija en Pablo, así que nadie se dio cuenta. Mientras Pablo predicaba, el joven, desplomado por el sueño, se cayó del tercer piso y fue levantado muerto. Esto significa que estaba realmente muerto. Lucas, que era médico, tenía capacidad para determinarlo.
De inmediato, Pablo bajó (probablemente por una escalera exterior), se echó sobre él y lo rodeó fuertemente con sus brazos. Podemos estar seguros de que oraba mientras lo hacía. (Compare con 1 Reyes 17:21; 2 Reyes 4:34, donde Elías y Eliseo tuvieron experiencias similares.) Entonces dijo: "No os alarméis, pues está vivo." Literalmente, "porque su alma está en él". Es decir, la vida había regresado a él. :
Después de aquello, Pablo regresó, partió el pan, comió ("probó") con regocijo, y siguió hablando con los creyentes hasta el alba. Entonces se marchó. El joven fue llevado también vivo ante ellos (y totalmente recuperado) y fueron grandemente consolados.
Para Pentecostés, en Jerusalén (20:13-16)
Nosotros, adelantándonos a embarcarnos, navegamos a Asón para recoger allí a Pablo, ya que así lo había determinado, queriendo él ir por tierra. Cuando se reunió con nosotros en Asón, tomándole a bordo, vinimos a Mitilene. Navegando de allí, al día siguiente llegamos delante de Quío, y al otro día tomamos puerto en Samos; y habiendo hecho escala en Trogilio, al día siguiente llegamos a Mileto. Porque Pablo se había propuesto pasar de largo a Efeso, para no detenerse en Asia, pues se apresuraba por estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalén.
Lucas y el resto de los compañeros de Pablo no se quedaron hasta el amanecer. Fueron por delante al barco y se embarcaron rumbo a Asón, en Misia, al sur de Troas, donde esperaban recoger a Pablo abordo. El les había indicado que lo hicieran así. El barco recorrería una distancia mayor al darle la vuelta a la península (cabo Lectum), mientras que Pablo caminaría una distancia menor hasta Asón por tierra.
Lucas no nos dice por qué Pablo hizo esto; había alguna razón para que quisiera estar solo. Un poco más tarde, les diría a los ancianos efesios que en todas las ciudades, el Espíritu Santo le daba testimonio de que le esperaban en Jerusalén prisiones (cadenas) y tribulaciones (persecución, sufrimiento). Sin duda. Pablo necesitaba estar este tiempo solo, para aclarar las cosas con Dios con respecto a su ida a Jerusalén.
Navegando a lo largo de la costa del Asia Menor, se detuvieron en Mitilene, la capital de la isla de Lesbos, y después de tocar (pasar junto a) la isla de Samos, llegaron a Mileto, en la costa del Asia cercana a Efeso.
Pablo había decidido pasar de largo a Efeso. No quería tomarse mucho tiempo allí. Ciertamente, había puesto las cosas en claro con Dios, y ahora estaba apurado por llegar a Jerusalén para el día de Pentecostés (en mayo), si era posible. Este sería un momento en el cual los creyentes judíos de Palestina estarían reunidos y las ofrendas de Grecia y Macedonia serían de gran ayuda.
El ministerio fiel de Pablo (20:17-21)
Enviando, pues, desde Mileto a Efeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia. Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.
Pablo no pasó de largo a Efeso porque no le interesara la iglesia de allí. Para mostrarles su preocupación y su cuidado por ellos, llamó a los ancianos de la iglesia para que fueran a reunirse con él a Mileto. Esta ocasión era muy seria para él, porque creía que sería la última oportunidad en que los vería,
Por esto, comenzó por recordarles cómo todo el tiempo que había estado con ellos, había servido al Señor con toda humildad, con lágrimas y con pruebas que le habían venido por las asechanzas de los judíos (incrédulos). Al mismo tiempo, no había dejado que el peligro le impidiera decirles nada que les fuera útil, y les había enseñado en público y por las casas. Tanto a judíos como a gentiles, les había dado testimonio de que necesitaban arrepentimiento para con Dios (cambio de manera de pensar y de actitud) y fe en el Señor Jesús.
Dispuesto a morir (20:22-24)
Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la grada de Dios.
Entonces, Pablo les dijo a los ancianos que se dirigía a Jerusalén, no por voluntad propia, sino ya atado por el Espíritu para que fuera. Es decir, el Espíritu le había mostrado bien claramente que había una urgencia divina sobre él todavía para que fuera a Jerusalén. No sabía con qué se encontraría allí, excepto que el Espíritu por todas las ciudades le daba solemne testimonio (sin duda, a través del don de profecía) de que lo esperaban prisiones (cadenas) y tribulaciones (persecución, sufrimiento) allí. (Vea también Romanos 15:31.)
Este testimonio del Espíritu Santo no tenía la intención de impedir que Pablo fuera, porque aún estaba atado por el Espíritu para ir. En realidad, estaba dispuesto a ir. De ninguna manera consideraba su vida preciosa para sí mismo en comparación con la posibilidad de acabar su carrera (como en una competencia), y terminar el ministerio (el servicio) que había recibido del Señor Jesús, dando firme testimonio de las buenas nuevas de la gracia de Dios.
El reto del ejemplo de Pablo (20:25-35)
Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios. Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno.
Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados. Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.
A continuación. Pablo les dio a conocer a los ancianos que se trataba de una despedida definitiva. Nunca lo volverían a ver de nuevo. Por esta razón, dio testimonio de que estaba limpio de la sangre de todos ellos. Ezequiel había sido nombrado atalaya, encargado de alertar a los israelitas que estaban exiliados junto al canal de Quebar en Babilonia. Si no se lo advertía al pueblo y éste moría en sus pecados, se le pediría cuenta de su sangre (Ezequiel 3:18, 20; 33:6, 8). Pablo reconocía que tenía la misma pesada responsabilidad para con el pueblo al que el Señor lo había enviado a ministrar.
Nadie podía decir que Pablo no había sabido alertarlos. Más importante aún: nunca había rehuido anunciarles todo el consejo (el sabio consejo, el sabio propósito) de Dios. Tampoco lo rehuiría ahora. Por eso, a continuación (versículo 28) les siguió haciendo advertencias a los mismos ancianos. Debían mirar por ellos mismos (atenderse) y por todo el rebaño en medio del cual el Espíritu Santo los había hecho obispos (supervisores, superintendentes, ancianos gobernantes, presidentes de las congregaciones locales) para apacentar (pastorear) a la asamblea (griego, ekklesía, como en el 19:41) de Dios, 2 que El (Jesús) hizo suya por su propia sangre, es decir, a través del derramamiento de su sangre cuando murió en agonía en el Calvario (Efesios 1:7; Tito 2:14; Hebreos 9:12, 14; 13:12, 13).
Aquí vemos que Pablo esperaba que los ancianos tuvieran la función de supervisores y fueran los ejecutivos o cabezas gobernantes de la congregación local. Como nos muestra Hechos 14:23, eran elegidos para este cargo por un pueblo lleno del Espíritu y dirigido por Él. De esta forma, en realidad era el Espíritu Santo el que les daba el cargo. Más importante aún era que dependían de El en cuanto a los dones de administración (gobierno) necesarios para cumplir con su oficio (1 Corintios 12:28; Romanos 12:8). Gracias al Espíritu Santo, podían dar consejo sabio, dirigir los asuntos de negocios de la iglesia, ser líderes espirituales, y mostrar por su pueblo el tipo de amor, preocupación y cuidado que Jesús había mostrado por sus discípulos cuando estaba en la tierra.
Además de esto. Pablo esperaba de los ancianos que pastorearan la iglesia como la asamblea de Dios. El deber principal del pastor era llevar a las ovejas hacia donde había alimento y agua. Por esto, los ancianos necesitaban tener el ministerio de pastor y maestro, dado por Cristo y lleno de la unción y de los dones del Espíritu. Esta responsabilidad era grande. No estaban simplemente dirigiendo y enseñando a su iglesia, sino a la asamblea del Señor, una asamblea que El había hecho suya a un inmenso precio, el derramamiento de la preciosa sangre de Jesús. Se les exigía servir, y no dominar a aquellos a quienes dirigían.
Otra parte de la obra de un pastor era proteger a las ovejas de los enemigos. El cayado del pastor dirigía. La vara del pastor rompía los huesos de los lobos que venían a destruir las ovejas. Por esto. Pablo les advirtió a estos ancianos, que después de su partida entrarían lobos rapaces en medio de ellos, y no perdonarían al rebaño (re-bañito), sino que lo herirían seriamente.
Ninguno de aquellos lobos vendría del exterior. (Vea Mateo 7:15.) De en medio de los creyentes, incluso de entre los mismos ancianos, se levantarían algunos. Hablando cosas perversas, es decir, usando medias verdades o torciendo la verdad, tratarían de arrastrar tras sí a los discípulos para tener sus propios seguidores (entre los miembros de las asambleas locales). Esto quiere decir que su verdadero propósito sería edificarse ellos mismos, en lugar de edificar a la asamblea. También intentarían arrastrar discípulos que ya eran creyentes; tendrían poco interés en ganar a los perdidos para Cristo, y tampoco desearían desarrollar las iglesias que ya estuvieran establecidas. Los ancianos necesitaban mantenerse vigilantes contra lobos como estos. (Compare con 1 Timoteo 1:19, 20; 4:1-10; 2 Timoteo 1:15; 2:17, 18; 3:1-9; Apocalipsis 2:2-4.)
Pablo les había dado ejemplo en esto también. Durante el período de cerca de tres años en que había estado con ellos día y noche, nunca había dejado de alertar a cada uno de ellos con lágrimas. Es decir, que insistía a tiempo y a destiempo y siempre lo movía el tierno amor que les tenía. Por lo que leemos en las epístolas de Juan, vemos también que durante aquellos años sufrió la oposición de muchos lobos y falsos hermanos.
Pablo siempre hacía algo más que advertir. Por eso también los encomendó (puso en manos de) a Dios y a la palabra de su gracia, que tenía poder para sobreedificarlos y para darles herencia con todos los santificados (santos, apartados para seguir al Señor Jesús, tratados como pueblo santo, santos de Dios).
También en cuanto a servicio desinteresado. Pablo había sentado ejemplo. No había deseado ni codiciado plata, oro ni vestido. Bien sabían ellos que con sus propias manos había servido (ministrado) a sus propias necesidades y a las de aquellos que estaban con él. Como les diría a los Tesalonicenses, trabajó noche y día para no serle carga a ninguno de ellos (1 Tesalonicenses 2:9).
Ciertamente, le dijo a Timoteo que los ancianos que gobiernan bien deberían recibir doble honorario, porque el obrero es digno de su salario (1 Timoteo 5:17, 18). Pero esto se aplica a las iglesias firmemente establecidas, crecientes y en las que hay buena enseñanza. Cuando Pablo llegaba a un lugar nuevo, tenía cuidado de demostrar que no estaba predicando el Evangelio para conseguir beneficios materiales. El amor de Cristo lo constreñía (2 Corintios 5:14).
Pablo trabajó con sus manos también, para sentar un ejemplo para todos. El objetivo de todo creyente debería ser el de dar, y no solamente recibir. Deberíamos hacernos maduros y fuertes, y trabajar arduamente, para poder dar a fin de que se socorra a los débiles (los físicamente enfermos o débiles, y también los espiritualmente débiles). 4 Al hacer esto, debían recordar las palabras de Jesús: "Más bienaventurado es dar que recibir."
Esta máxima de Jesús no está escrita en ninguno de los cuatro evangelios. Pablo dice en Gálatas que él no recibió su Evangelio de los hombres, sino directamente de Jesucristo, por revelación (Gálatas 1:11, 12). Es decir, hasta las máximas de Jesús, fue El mismo quien se las dio. En una serie de lugares de sus epístolas, indica que tiene una palabra o máxima de Jesús para confirmar lo que dice. Aquí usa uno de aquellos refranes de Jesús para darle más fuerza a su consejo a estos ancianos de Efeso.
Una triste despedida (20:36-38)
Cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos. Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro. Y le acompañaron al barco.
Cuando Pablo terminó de hablar, tanto él como los ancianos se arrodillaron para orar juntos. La oración de rodillas era común en la Iglesia primitiva (Hechos 9:40; 21:5). Pero también oraban de pie y sentados.
Después de la oración, hubo gran llanto, a medida que iban echándose al cuello de Pablo y lo besaban (probablemente en ambas mejillas). Estaban llenos de profundo dolor y sufrimiento, sobre todo porque Pablo había dicho que no volverían a ver su rostro. Entonces, como señal de su afecto y su respeto, lo escoltaron hasta el barco.
Capítulo 20
Parte de la presión que sentía Pablo en Efeso era su preocupación y su profundo interés por todas las iglesias. Sus cartas a los corintios nos muestran que le preocupaban de manera especial los creyentes de Macedonia y de Grecia. (Vea 2 Corintios 11:28; 12-20; 13:6) Ya había enviado a Timoteo y a Erasto a Macedonia. Ahora había llegado el momento de que Pablo fuera también.
El regreso a Macedonia y Grecia (20:1-6)
Después que cesó el alboroto, llamó Pablo a los discípulos, y habiéndolos exhortado y abrazado, se despidió y salió para ir a Macedonia. Y después de recorrer aquellas regiones, y de exhortarles con abundancia de palabras, llegó a Grecia. Después de haber estado allí tres meses, y siéndole puestas asechanzas por los judíos para cuando se embarcase para Siria, tomó la decisión de volver por Macedonia. Y le acompañaron hasta Asia, Sópater de Berea, Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe, y Timoteo; y de Asia, Tíquico y Trófimo. Estos, habiéndose adelantado, nos esperaron en Troas. Y nosotros, pasados los días de los panes sin levadura, navegamos de Filipos, y en cinco días nos reunimos con ellos en Troas, donde nos quedamos siete días.
Después de que cesaron el alboroto y los disturbios. Pablo llamó a los discípulos (los creyentes efesios), los exhortó (les dio ánimo) a que vivieran una vida santa y fueran fieles al Señor, como lo muestran las secciones prácticas de sus epístolas. Entonces, después de abrazarlos y despedirse de ellos, se marchó a Macedonia. Probablemente, ésta sería la última vez que vería a este cuerpo de creyentes. Cuando pasó más tarde por Efeso, camino de Jerusalén, sólo vio a los ancianos de la iglesia.
Es probable que fuera a Macedonia a través de Troas, con la esperanza de encontrar a Tito allí (2 Corintios 2:13). Al no encontrarlo allí, siguió hasta Filipos (2 Corintios 2:12, 13). En aquella ciudad se encontró con Tito, que era portador de buenas nuevas (2 Corintios 7:6, 7).
Durante el verano y el otoño. Pablo fue pasando por las diversas iglesias de Macedonia, dándoles exhortación con abundancia de palabras. Probablemente, también visitara las ciudades situadas al oeste de las que había visitado en el viaje anterior, puesto que en Romanos 15:19 dice que había predicado el evangelio con poder hasta llegar a Ilírico (Dalmacia) en la parte nordeste de Macedonia.
Después bajó a Grecia, donde pasó los tres meses del invierno de fines del año 56 y principios del 57 d.C. Lo más probable es que la mayor parte de este tiempo lo pasara en Corinto. La tradición afirma que escribió la epístola a los romanos en aquel lugar poco antes de marcharse.
Cuando se hallaba a punto de marcharse con rumbo a Siria, los judíos incrédulos tramaron asechanzas contra él, de manera que cambió sus planes. En lugar de tomar un barco desde Grecia, le aconsejaron que volviera a través de Macedonia.
Los siete hombres que iban a acompañar a Pablo al Asia, al parecer tomaron el barco como habían pensado originalmente. Fueron delante de Pablo a Troas y lo esperaron allí. Estos siete eran Sópater (llamado también Sosípater) de Berea, Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe, y Timoteo; y de Asia, Tíquico y Trófimo (de Efeso). Muchos escritores estiman que ellos hicieron este viaje para representar a las iglesias que habían dado dinero como ofrenda para los pobres que había entre los cristianos de Jerusalén. Tenían la responsabilidad de ver qué se hacía con el dinero e informar a sus iglesias locales al regresar. La Iglesia primitiva era muy cuidadosa en rendir buenas cuentas con el dinero, e igualmente cuidadosa en dárselas a conocer a los miembros de la congregación.
Después de los siete días de la fiesta del pan sin levadura, en abril, Pablo embarcó en Filipos, acompañado por Lucas. En Troas se encontraron con los demás y permanecieron allí siete días.
Eutico vuelve a la vida (20:7-12)
El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan. Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche, Y había muchas lámparas en el aposento alto donde estaban reunidos; y un joven llamado Eutico, que estaba sentado en la ventana, rendido de un sueño profundo, por cuanto Pablo disertaba largamente, vencido del sueño cayó del tercer piso abajo, y fue levantado muerto. Entonces, descendió Pablo y se echó sobre él, y abrazándole, dijo: No os alarméis, pues está vivo. Después de haber subido, y partido el pan y comido, habló largamente hasta el alba; y así salió. Y llevaron al joven vivo, y fueron grandemente consolados.
En Troas, es probable que Pablo fuera a la sinagoga en el sábado, como era su costumbre. Después, al día siguiente, los creyentes se reunieron con él y con sus acompañantes para partir el pan. Esto significa que todos llevaron comida, compartieron un banquete de fraternidad y terminaron con la observancia de la Cena del Señor.
Pablo aprovechó la oportunidad para predicar. Puesto que se marchaba al día siguiente, prolongó su discurso hasta la medianoche. Pudo hacerlo, porque había una gran cantidad de lámparas de aceite de oliva en el aposento alto donde estaban reunidos.
Había un joven llamado Eutico sentado en el borde de la ventana, escuchándolo. Alrededor de la medianoche, lo venció un sueño profundo. Todos tenían su atención fija en Pablo, así que nadie se dio cuenta. Mientras Pablo predicaba, el joven, desplomado por el sueño, se cayó del tercer piso y fue levantado muerto. Esto significa que estaba realmente muerto. Lucas, que era médico, tenía capacidad para determinarlo.
De inmediato, Pablo bajó (probablemente por una escalera exterior), se echó sobre él y lo rodeó fuertemente con sus brazos. Podemos estar seguros de que oraba mientras lo hacía. (Compare con 1 Reyes 17:21; 2 Reyes 4:34, donde Elías y Eliseo tuvieron experiencias similares.) Entonces dijo: "No os alarméis, pues está vivo." Literalmente, "porque su alma está en él". Es decir, la vida había regresado a él. :
Después de aquello, Pablo regresó, partió el pan, comió ("probó") con regocijo, y siguió hablando con los creyentes hasta el alba. Entonces se marchó. El joven fue llevado también vivo ante ellos (y totalmente recuperado) y fueron grandemente consolados.
Para Pentecostés, en Jerusalén (20:13-16)
Nosotros, adelantándonos a embarcarnos, navegamos a Asón para recoger allí a Pablo, ya que así lo había determinado, queriendo él ir por tierra. Cuando se reunió con nosotros en Asón, tomándole a bordo, vinimos a Mitilene. Navegando de allí, al día siguiente llegamos delante de Quío, y al otro día tomamos puerto en Samos; y habiendo hecho escala en Trogilio, al día siguiente llegamos a Mileto. Porque Pablo se había propuesto pasar de largo a Efeso, para no detenerse en Asia, pues se apresuraba por estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalén.
Lucas y el resto de los compañeros de Pablo no se quedaron hasta el amanecer. Fueron por delante al barco y se embarcaron rumbo a Asón, en Misia, al sur de Troas, donde esperaban recoger a Pablo abordo. El les había indicado que lo hicieran así. El barco recorrería una distancia mayor al darle la vuelta a la península (cabo Lectum), mientras que Pablo caminaría una distancia menor hasta Asón por tierra.
Lucas no nos dice por qué Pablo hizo esto; había alguna razón para que quisiera estar solo. Un poco más tarde, les diría a los ancianos efesios que en todas las ciudades, el Espíritu Santo le daba testimonio de que le esperaban en Jerusalén prisiones (cadenas) y tribulaciones (persecución, sufrimiento). Sin duda. Pablo necesitaba estar este tiempo solo, para aclarar las cosas con Dios con respecto a su ida a Jerusalén.
Navegando a lo largo de la costa del Asia Menor, se detuvieron en Mitilene, la capital de la isla de Lesbos, y después de tocar (pasar junto a) la isla de Samos, llegaron a Mileto, en la costa del Asia cercana a Efeso.
Pablo había decidido pasar de largo a Efeso. No quería tomarse mucho tiempo allí. Ciertamente, había puesto las cosas en claro con Dios, y ahora estaba apurado por llegar a Jerusalén para el día de Pentecostés (en mayo), si era posible. Este sería un momento en el cual los creyentes judíos de Palestina estarían reunidos y las ofrendas de Grecia y Macedonia serían de gran ayuda.
El ministerio fiel de Pablo (20:17-21)
Enviando, pues, desde Mileto a Efeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia. Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.
Pablo no pasó de largo a Efeso porque no le interesara la iglesia de allí. Para mostrarles su preocupación y su cuidado por ellos, llamó a los ancianos de la iglesia para que fueran a reunirse con él a Mileto. Esta ocasión era muy seria para él, porque creía que sería la última oportunidad en que los vería,
Por esto, comenzó por recordarles cómo todo el tiempo que había estado con ellos, había servido al Señor con toda humildad, con lágrimas y con pruebas que le habían venido por las asechanzas de los judíos (incrédulos). Al mismo tiempo, no había dejado que el peligro le impidiera decirles nada que les fuera útil, y les había enseñado en público y por las casas. Tanto a judíos como a gentiles, les había dado testimonio de que necesitaban arrepentimiento para con Dios (cambio de manera de pensar y de actitud) y fe en el Señor Jesús.
Dispuesto a morir (20:22-24)
Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la grada de Dios.
Entonces, Pablo les dijo a los ancianos que se dirigía a Jerusalén, no por voluntad propia, sino ya atado por el Espíritu para que fuera. Es decir, el Espíritu le había mostrado bien claramente que había una urgencia divina sobre él todavía para que fuera a Jerusalén. No sabía con qué se encontraría allí, excepto que el Espíritu por todas las ciudades le daba solemne testimonio (sin duda, a través del don de profecía) de que lo esperaban prisiones (cadenas) y tribulaciones (persecución, sufrimiento) allí. (Vea también Romanos 15:31.)
Este testimonio del Espíritu Santo no tenía la intención de impedir que Pablo fuera, porque aún estaba atado por el Espíritu para ir. En realidad, estaba dispuesto a ir. De ninguna manera consideraba su vida preciosa para sí mismo en comparación con la posibilidad de acabar su carrera (como en una competencia), y terminar el ministerio (el servicio) que había recibido del Señor Jesús, dando firme testimonio de las buenas nuevas de la gracia de Dios.
El reto del ejemplo de Pablo (20:25-35)
Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios. Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno.
Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados. Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.
A continuación. Pablo les dio a conocer a los ancianos que se trataba de una despedida definitiva. Nunca lo volverían a ver de nuevo. Por esta razón, dio testimonio de que estaba limpio de la sangre de todos ellos. Ezequiel había sido nombrado atalaya, encargado de alertar a los israelitas que estaban exiliados junto al canal de Quebar en Babilonia. Si no se lo advertía al pueblo y éste moría en sus pecados, se le pediría cuenta de su sangre (Ezequiel 3:18, 20; 33:6, 8). Pablo reconocía que tenía la misma pesada responsabilidad para con el pueblo al que el Señor lo había enviado a ministrar.
Nadie podía decir que Pablo no había sabido alertarlos. Más importante aún: nunca había rehuido anunciarles todo el consejo (el sabio consejo, el sabio propósito) de Dios. Tampoco lo rehuiría ahora. Por eso, a continuación (versículo 28) les siguió haciendo advertencias a los mismos ancianos. Debían mirar por ellos mismos (atenderse) y por todo el rebaño en medio del cual el Espíritu Santo los había hecho obispos (supervisores, superintendentes, ancianos gobernantes, presidentes de las congregaciones locales) para apacentar (pastorear) a la asamblea (griego, ekklesía, como en el 19:41) de Dios, 2 que El (Jesús) hizo suya por su propia sangre, es decir, a través del derramamiento de su sangre cuando murió en agonía en el Calvario (Efesios 1:7; Tito 2:14; Hebreos 9:12, 14; 13:12, 13).
Aquí vemos que Pablo esperaba que los ancianos tuvieran la función de supervisores y fueran los ejecutivos o cabezas gobernantes de la congregación local. Como nos muestra Hechos 14:23, eran elegidos para este cargo por un pueblo lleno del Espíritu y dirigido por Él. De esta forma, en realidad era el Espíritu Santo el que les daba el cargo. Más importante aún era que dependían de El en cuanto a los dones de administración (gobierno) necesarios para cumplir con su oficio (1 Corintios 12:28; Romanos 12:8). Gracias al Espíritu Santo, podían dar consejo sabio, dirigir los asuntos de negocios de la iglesia, ser líderes espirituales, y mostrar por su pueblo el tipo de amor, preocupación y cuidado que Jesús había mostrado por sus discípulos cuando estaba en la tierra.
Además de esto. Pablo esperaba de los ancianos que pastorearan la iglesia como la asamblea de Dios. El deber principal del pastor era llevar a las ovejas hacia donde había alimento y agua. Por esto, los ancianos necesitaban tener el ministerio de pastor y maestro, dado por Cristo y lleno de la unción y de los dones del Espíritu. Esta responsabilidad era grande. No estaban simplemente dirigiendo y enseñando a su iglesia, sino a la asamblea del Señor, una asamblea que El había hecho suya a un inmenso precio, el derramamiento de la preciosa sangre de Jesús. Se les exigía servir, y no dominar a aquellos a quienes dirigían.
Otra parte de la obra de un pastor era proteger a las ovejas de los enemigos. El cayado del pastor dirigía. La vara del pastor rompía los huesos de los lobos que venían a destruir las ovejas. Por esto. Pablo les advirtió a estos ancianos, que después de su partida entrarían lobos rapaces en medio de ellos, y no perdonarían al rebaño (re-bañito), sino que lo herirían seriamente.
Ninguno de aquellos lobos vendría del exterior. (Vea Mateo 7:15.) De en medio de los creyentes, incluso de entre los mismos ancianos, se levantarían algunos. Hablando cosas perversas, es decir, usando medias verdades o torciendo la verdad, tratarían de arrastrar tras sí a los discípulos para tener sus propios seguidores (entre los miembros de las asambleas locales). Esto quiere decir que su verdadero propósito sería edificarse ellos mismos, en lugar de edificar a la asamblea. También intentarían arrastrar discípulos que ya eran creyentes; tendrían poco interés en ganar a los perdidos para Cristo, y tampoco desearían desarrollar las iglesias que ya estuvieran establecidas. Los ancianos necesitaban mantenerse vigilantes contra lobos como estos. (Compare con 1 Timoteo 1:19, 20; 4:1-10; 2 Timoteo 1:15; 2:17, 18; 3:1-9; Apocalipsis 2:2-4.)
Pablo les había dado ejemplo en esto también. Durante el período de cerca de tres años en que había estado con ellos día y noche, nunca había dejado de alertar a cada uno de ellos con lágrimas. Es decir, que insistía a tiempo y a destiempo y siempre lo movía el tierno amor que les tenía. Por lo que leemos en las epístolas de Juan, vemos también que durante aquellos años sufrió la oposición de muchos lobos y falsos hermanos.
Pablo siempre hacía algo más que advertir. Por eso también los encomendó (puso en manos de) a Dios y a la palabra de su gracia, que tenía poder para sobreedificarlos y para darles herencia con todos los santificados (santos, apartados para seguir al Señor Jesús, tratados como pueblo santo, santos de Dios).
También en cuanto a servicio desinteresado. Pablo había sentado ejemplo. No había deseado ni codiciado plata, oro ni vestido. Bien sabían ellos que con sus propias manos había servido (ministrado) a sus propias necesidades y a las de aquellos que estaban con él. Como les diría a los Tesalonicenses, trabajó noche y día para no serle carga a ninguno de ellos (1 Tesalonicenses 2:9).
Ciertamente, le dijo a Timoteo que los ancianos que gobiernan bien deberían recibir doble honorario, porque el obrero es digno de su salario (1 Timoteo 5:17, 18). Pero esto se aplica a las iglesias firmemente establecidas, crecientes y en las que hay buena enseñanza. Cuando Pablo llegaba a un lugar nuevo, tenía cuidado de demostrar que no estaba predicando el Evangelio para conseguir beneficios materiales. El amor de Cristo lo constreñía (2 Corintios 5:14).
Pablo trabajó con sus manos también, para sentar un ejemplo para todos. El objetivo de todo creyente debería ser el de dar, y no solamente recibir. Deberíamos hacernos maduros y fuertes, y trabajar arduamente, para poder dar a fin de que se socorra a los débiles (los físicamente enfermos o débiles, y también los espiritualmente débiles). 4 Al hacer esto, debían recordar las palabras de Jesús: "Más bienaventurado es dar que recibir."
Esta máxima de Jesús no está escrita en ninguno de los cuatro evangelios. Pablo dice en Gálatas que él no recibió su Evangelio de los hombres, sino directamente de Jesucristo, por revelación (Gálatas 1:11, 12). Es decir, hasta las máximas de Jesús, fue El mismo quien se las dio. En una serie de lugares de sus epístolas, indica que tiene una palabra o máxima de Jesús para confirmar lo que dice. Aquí usa uno de aquellos refranes de Jesús para darle más fuerza a su consejo a estos ancianos de Efeso.
Una triste despedida (20:36-38)
Cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos. Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro. Y le acompañaron al barco.
Cuando Pablo terminó de hablar, tanto él como los ancianos se arrodillaron para orar juntos. La oración de rodillas era común en la Iglesia primitiva (Hechos 9:40; 21:5). Pero también oraban de pie y sentados.
Después de la oración, hubo gran llanto, a medida que iban echándose al cuello de Pablo y lo besaban (probablemente en ambas mejillas). Estaban llenos de profundo dolor y sufrimiento, sobre todo porque Pablo había dicho que no volverían a ver su rostro. Entonces, como señal de su afecto y su respeto, lo escoltaron hasta el barco.
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