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    Comentario a Hechos de los Apóstoles Cap. 21

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    Comentario a Hechos de los Apóstoles Cap. 21 Empty Comentario a Hechos de los Apóstoles Cap. 21

    Mensaje  administrador Lun 8 Feb 2010 - 14:17

    Comentario a Hechos de los Apóstoles
    Capítulo 21


    La despedida de Mileto debe haber sido muy dura para Pablo. Tampoco se hicieron más fáciles las cosas a medida que seguía su viaje hacia Jerusalén. Todo el camino estaba lleno de tristes despedidas.

    Una profecía en Tiro (21:1-6)

    Después de separarnos de ellos, zarpamos y fuimos con rumbo directo a Cos, y al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara. Y hallando un barco que pasaba a Fenicia, nos embarcamos, y zarpamos. Al avistar Chipre, dejándola a mano izquierda, navegamos a Siria, y arribamos a Tiro, porque el barco había de descargar allí. Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén.

    Cumplidos aquellos días, salimos, acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la playa, oramos. Y abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco y ellos se volvieron a sus casas.

    En el primer día. Pablo y sus acompañantes llegaron a la isla de Cos; en el siguiente, a la de Rodas y desde allí siguieron hasta desembarcar en Pátara, en la costa de la provincia romana de Licia. En aquel lugar hallaron un barco que pasaba a Fenicia, que los llevó a Tiro. En Tiro tenían una espera de siete días mientras el barco descargaba.

    Pablo no sabía dónde se hallaban los cristianos de Tiro. Sin embargo, los buscó hasta encontrarlos y pasó el tiempo con ellos. Aquí, como en muchos otros lugares antes, el Espíritu advirtió lo que le iba a suceder en Jerusalén. La Biblia no dice cómo hizo esto, pero al ver lo que sucedería un poco después en Cesarea, podemos tener la seguridad de que la advertencia les llegó en forma de profecía.

    Leemos que los creyentes le decían (una y otra vez) a Pablo "por el Espíritu" que no subiera a Jerusalén. No obstante, esto no quiere decir que el Espíritu no quisiera que él fuera a Jerusalén. La expresión "por el" (griego, diá) no corresponde a la palabra usada en los pasajes anteriores para hablar de la actuación directa del Espíritu. (Vea Hechos 13:4, donde el término griego es hypó, palabra usada para indicar una actuación directa o primaria.) Aquí estaría mejor traducida la expresión griega como "en consecuencia del Espíritu", esto es, por lo que el Espíritu decía. Está muy claro que el Espíritu mismo no le prohibía a Pablo seguir adelante. Al contrario, lo constreñía a ir (Hechos 20:22). Pablo sabía que el Espíritu Santo no se contradice a sí mismo. No era el Espíritu, sino su amor por Pablo el que les hacía decir que no debía ir. En otras palabras, debido a la profecía sobre las cadenas y la prisión, el pueblo expresaba su sentimiento de que él no debía ir. Pero Pablo se negó a permitir que impusieran sus sentimientos sobre él. Por tanto, siguió obediente a lo que el Espíritu Santo lo dirigía personalmente a hacer, esto es, seguir hacia Jerusalén.

    Al cabo de los siete días, todos los creyentes habían llegado a conocer y amar a Pablo. Por esto, cuando terminó la semana, todos ellos, con sus esposas e hijos, lo acompañaron hasta fuera de la ciudad. Allí, en la playa, todos se arrodillaron y oraron antes de abrazarlos para despedirse y volver a sus respectivos hogares.

    La profecía de Cesarea (21:7-14)

    Y nosotros completamos la navegación, saliendo de Tiro y arribando a Tolemaida; y habiendo saludado a los hermanos, nos quedamos con ellos un día. Al otro día, saliendo Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, posamos con él. Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban. Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles.

    Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén. Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, más aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. Y como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor.

    Después de detenerse a mitad del camino en Tolemaida (el Antiguo Testamento la menciona como Acó en Jueces 1:31, y actualmente se llama Acre o Akka), donde pasaron el día con los cristianos, el barco los llevó a Cesarea. Allí se quedaron en el hogar de Felipe el evangelista, uno de los siete (Hechos 6:5). Ahora tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban.

    La mención de estas hijas parece ser significativa. Demuestra que la familia de Felipe servía al Señor y que él animaba a todos sus miembros a buscar y ejercitar los dones del Espíritu. También parece que su ministerio en este don de profecía debe haberle llevado ánimo y bendición a Pablo. (Compare con 1 Corintios 14:3.) En Mileto estaba ansioso por apresurarse a seguir su camino. Pero aquí, la bendición del Señor era tan abundante, que se quedó algunos días. También es probable que Felipe le diera a Lucas una buena cantidad de información sobre los primeros tiempos de la Iglesia en Jerusalén.

    Entonces descendió de Judea el profeta Agabo, el mismo que había profetizado sobre el hambre en Hechos 11:28. Tomando el cinto de Pablo (probablemente hecho de tela), se ató los pies y las manos, como lección objetiva. Entonces dio de parte del Espíritu Santo la profecía de que los judíos atarían (o serían la causa de que ataran) a Pablo y lo entregarían en manos de los gentiles (es decir, en manos de los gobernantes romanos).

    Debido a esta profecía, los que estaban reunidos en el hogar de Felipe junto con los compañeros de Pablo le rogaron todos que no subiera a Jerusalén. Sin duda, esta situación fue similar a la de Tiro. Cuando oyeron el mensaje del Espíritu, expresaron sus propios sentimientos.

    Sin embargo. Pablo dijo: "¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón?" "Quebrantar (destrozar) el corazón" era una frase usada para significar que se quebrantaba la voluntad de la persona, se debilitaba su firmeza en sus decisiones, o se hacía que la persona quedara "destrozada", incapaz de realizar nada. Para hacer que dejaran de llorar. Pablo declaró que estaba listo no sólo a ser atado, sino a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. Sabía que la voluntad de Dios sobre él era que fuera. Entonces, los demás terminaron por decir: "Hágase la voluntad del Señor." (Compare con Lucas 22:42.) Finalmente reconocían que era realmente la voluntad de Dios que Pablo fuera a Jerusalén.

    En realidad, era muy importante para los cristianos saber que era voluntad de Dios que Pablo fuera atado. Todavía había un buen número de judaizantes que se oponían al Evangelio que Pablo predicaba. Aún estaban tratando de exigirles a los gentiles que se hicieran judíos antes de poder convertirse en cristianos. Con respecto a esto, decían que los creyentes gentiles perderían su salvación y nunca heredarían las bendiciones futuras que Dios tenía preparadas para ellos.

    Si Pablo hubiera ido a Jerusalén sin todas aquellas advertencias que hicieron que la Iglesia supiera lo que iba a suceder, los judaizantes hubieran utilizado muy pronto su arresto como señal del juicio de Dios. Habrían dicho: "¿Ven? Ya lo decíamos. La predicación de Pablo está equivocada por completo." Esto hubiera traído gran confusión al seno de las iglesias. Pero el Espíritu Santo dio testimonio de Pablo y del Evangelio que él predicaba con estas profecías. Al mismo tiempo, la Iglesia misma quedaba protegida de las fuerzas que podrían haber causado una división. Ciertamente, el Espíritu Santo es el Guía y Protector que necesitamos.

    La bienvenida en Jerusalén (21:15-19)

    Después de esos días, hechos ya los preparativos, subimos a Jerusalén. Y vinieron también con nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayendo consigo a uno llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos. Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo. Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos los ancianos; a los cuales, después de haberles saludado, les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio.

    Nuestra versión dice: "Hechos ya los preparativos". Otras traducciones presentan esta frase como "Tomamos nuestros carruajes", lo cual probablemente significaría que ensillaron unos caballos. Sin embargo, muchos escritores se inclinan más por la primera traducción, la cual significaría simplemente que habían empacado sus cosas (su equipaje). Es posible que estén incluidos en el original ambos significados. Pablo y sus compañeros, junto con algunos discípulos de Cesarea, subieron a Jerusalén. Estos creyentes de Cesarea conocían a un creyente llamado Mnasón, de Chipre el cual, como Bernabé, era uno de los discípulos antiguos (originales), es decir, uno de los ciento veinte. (No tenía que ser "antiguo" por tener edad avanzada precisamente.) Tenía fama de ser un anfitrión al que le encantaba recibir extranjeros. Como Bernabé también, sentiría simpatía por Pablo, y no tendría objeción en recibir a los creyentes gentiles.

    En Jerusalén, los hermanos (entre ellos Mnasón) los recibieron con gozo y, como indica el griego, los atendieron con verdadera hospitalidad. Al día siguiente. Pablo tomó consigo a Lucas y al resto de sus acompañantes y fueron a ver a Santiago, el hermano de Jesús. Todos los ancianos de la iglesia de Jerusalén estaban presentes también. Pero es digno de notarse que no se menciona a los apóstoles. Probablemente, como afirma buena parte de la tradición sobre la Iglesia primitiva, ya se habían dispersado para difundir el Evangelio en muchas direcciones distintas.

    Después de saludar a estos ancianos. Pablo les dio un informe detallado de lo que Dios había hecho en medio de los gentiles por medio de su ministerio. Debe haber sido un recuento de su segundo y tercer viajes misioneros, paso por paso. Específicamente, les relató todo lo sucedido desde la última vez que había estado con ellos en el Concilio que aparece en el capítulo 15.

    Ánimo para los creyentes Judíos (21:20-26)

    Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley. Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres. "¿Qué hay, pues? La multitud se reunirá de cierto, porque oirán que has venido. Haz, pues, esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley. Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación.

    Entonces Pablo tomó consigo a aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los días de la purificación, cuando había de presentarse la ofrenda por cada uno de ellos.

    Santiago y los demás ancianos glorificaron todos a Dios, por todo lo que estaba haciendo en medio de los gentiles. Pero había otro motivo de honda preocupación que estaba afectando a la Iglesia de Jerusalén. Miles, literalmente decenas de miles (griego, myríades) de judíos de la región de Jerusalén habían creído que Jesús era su Mesías, Señor y Salvador. Todavía eran celosos de la Ley (zelotes, firmemente comprometidos con la Ley de Moisés). Habían llegado falsos maestros a ellos, probablemente judaizantes, o si no, judíos no convertidos del Asia Menor, Macedonia o Greda. Estos les habían dicho (enseñado deliberadamente) a los creyentes de Jerusalén una y otra vez que Pablo les estaba enseñando a todos los judíos que vivían entre los gentiles (las naciones situadas fuera de Palestina) que no circuncidaran a sus hijos. También decían que Pablo les enseñaba que dejaran de observar sus costumbres (judías). Esto no era más que difamación. Pablo había circuncidado a Timoteo; hacía poco tiempo, él mismo había hecho un voto.

    Los ancianos reconocían que aquellas acusaciones eran falsas. Pero todos en Jerusalén las habían oído una y otra vez. Ahora, puesto que todos sabrían seguramente que Pablo había llegado, ¿qué se debía hacer? Santiago y los ancianos tenían una sugerencia. Veían una forma de detener los rumores y demostrar que eran falsos. Cuatro de los creyentes judíos habían hecho un voto, obviamente, un voto temporal de nazareos. De acuerdo con este voto, cualquier israelita, hombre o mujer, al hacerlo, podía declarar que se consagraba por completo a Dios y a su voluntad. Generalmente, se hacía por un período limitado de tiempo. Al terminar el período que habían escogido, ofrecían sacrificios costosos, entre los cuales había un cordero macho y una hembra, un carnero y otras ofrendas. Después, se hacían rapar la cabeza, como señal de que había terminado el voto (Números 6:14-20).

    Pablo no hizo el voto él. Pero le pidieron que pasara por las ceremonias de purificación junto con ellos y pagara por los sacrificios, para que pudieran terminar de cumplir el voto y raparse la cabeza. 3 Esto les mostraría a los creyentes y a todo el mundo en Jerusalén que Pablo no les enseñaba a los creyentes judíos que fueran contra las costumbres de sus padres. También sería una respuesta a todas las cosas falsas dichas sobre Pablo, y demostraría que él personalmente era recto y observaba la Ley.

    Entonces Jacobo (Santiago) y los ancianos confirmaron la decisión del Concilio en Hechos 15, una decisión que Pablo ya les había llevado a los gentiles creyentes. Es decir, aunque querían que Pablo, como judío creyente, mostrara que no les pedía a los judíos que vivieran como gentiles, aun así estaban dispuestos a aceptar a los creyentes gentiles sin pedirles que se hicieran judíos.

    Al día siguiente. Pablo tomó consigo a los cuatro hombres e hizo lo que le habían pedido, anunciando el cumplimiento de los días de la purificación hasta que el sacrificio fue ofrecido por todos ellos. Como les diría a los corintios, se hizo judío con los judíos, y a los que están sujetos a la Ley, como sujeto a la Ley (1 Corintios 9:20).

    Los judíos de Asia provocan un tumulto (21:27-30)

    Pero cuando estaban para cumplirse los siete días, unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, dando voces: ¡Varones israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar. Porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, de Éfeso, a quien pensaban que Pablo había metido en el templo. Así que toda la dudad se conmovió, y se agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo, e inmediatamente cerraron las puertas.

    El plan de los ancianos de Jerusalén falló. En lugar de satisfacer a los judíos, sucedió lo contrario cuando los siete días de purificación casi habían terminado. Había judíos procedentes de la provincia romana de Asia en Jerusalén; habían llegado para la fiesta de Pentecostés. Estos lo vieron en el Templo y lanzaron a toda la multitud a la confusión. Entonces, apresaron con violencia a Pablo.

    Lo habían visto en la ciudad con Trófimo, un creyente gentil de Éfeso. Así llegaron a la falsa conclusión de que Pablo lo había hecho entrar al Templo. 5 Entonces gritaron que Pablo era el que por todas partes enseñaba a todos contra el pueblo (los judíos) y contra la Ley, y ahora había profanado el Templo al hacer entrar en él a griegos (gentiles).

    Al oír esto, toda la ciudad de Jerusalén se estremeció. (Es probable que muchos de ellos estuvieran ya en el Templo en este momento.) Los judíos se reunieron corriendo desde todas las direcciones, apresaron a Pablo y lo arrastraron fuera del Templo, golpeándolo mientras se lo llevaban. De inmediato, se cerraron las grandes puertas que daban al patio de las mujeres, para que la muchedumbre no lo pudiera profanar. Sin embargo, nadie pareció darse cuenta de que Pablo no tenía gentiles consigo.

    Los romanos rescatan a Pablo (21:31-40)

    Y procurando ellos matarle, se le avisó al tribuno de la compañía, que toda la dudad de Jerusalén estaba alborotada. Este, tomando luego soldados y centuriones, corrió a ellos. Y cuando ellos vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo. Entonces, llegando el tribuno, le prendió y le mandó atar con dos cadenas, y preguntó quién era y qué había hecho. Pero entre la multitud, unos gritaban una cosa, y otros otra; y como no podía entender nada de cierto a causa del alboroto, le mandó llevar a la fortaleza. Al llegar a las gradas, aconteció que era llevado en peso por los soldados a causa de la violencia de la multitud; porque la muchedumbre del pueblo venía detrás, gritando: ¡Muera!

    Cuando comenzaron a meter a Pablo en la fortaleza, dijo al tribuno: ¿Se me permite decirte algo? Y él dijo: ¿Sabes griego? ¿No eres tú aquel egipcio que levantó una sedición antes de estos días, y sacó al desierto los cuatro mil sicarios? Entonces dijo Pablo: Yo de cierto soy hombre judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia; pero te ruego que me permitas hablar al pueblo. Y cuando él se lo permitió. Pablo, estando en pie en las gradas, hizo señal con la mano al pueblo. Y hecho gran silencio, habló en lengua hebrea, diciendo.

    La muchedumbre ya trataba de matar a Pablo cuando le llegó información al tribuno (el oficial que mandaba sobre una cohorte de seiscientos a mil hombres estacionados en la torre — castillo, fortaleza — Antonia, al noroeste, dominando la zona del Templo). Le dijeron que todo Jerusalén se hallaba en estado de confusión. De inmediato el tribuno tomó consigo soldados y centuriones (oficiales que mandaban sobre un centenar de soldados de infantería) y con gran demostración de fuerza fue corriendo hacia ellos.

    La presencia del tribuno y de todos los soldados hizo que la multitud dejara de golpear a Pablo. Atándolo con dos cadenas, el tribuno les preguntó a los judíos quién era y qué había hecho. Todos comenzaron a gritar cosas distintas al mismo tiempo. El tribuno no tenía manera de estar seguro de lo que se estaba diciendo en medio de todo aquel alboroto. De manera que les ordenó a los soldados que llevaran a Pablo al interior de la fortaleza (la torre Antonia).

    Los soldados tuvieron que cargar a Pablo en peso por las gradas que llevaban de la zona del Templo a la torre Antonia, debido a la violencia de la multitud- Esta los seguía, tratando de quitarles a Pablo y gritando (chillando en voz muy alta una y otra vez): "¡Muera!" Estaban expresando que sólo les satisfaría su muerte. De hecho, lo hubieran destrozado si los soldados no lo hubieran levantado y rodeado.

    Cuando los soldados llegaron a la parte superior de las escaleras y estaban a punto de entrar en la fortaleza, la muchedumbre fue quedando atrás. Entonces Pablo le habló en griego al tribuno. Este pareció sorprenderse de que Pablo supiera griego, y le preguntó si no era él el egipcio que había levantado una sedición (como revolucionario político) y había sacado al desierto a cuatro mil judíos fanáticos (sicarii, sicarios, "los hombres de las dagas"), renombrados porque asesinaban a quienes se les opusieran.

    Pablo le respondió identificándose como judío y ciudadano de la importante ciudad de Tarso. Entonces le pidió permiso para hablarle al pueblo. Cuando le fue concedido, se le permitió ponerse de pie en las gradas. Pablo hizo señal con la mano de que quería hablar, logró la atención de la multitud y de pronto se hizo un gran silencio. Luego, Pablo comenzó a hablarles en lengua hebrea.

    Generalmente se considera que el texto habla del arameo, la lengua que los judíos trajeron al regresar de Babilonia después de su exilio en aquel lugar en el siglo sexto a.C. Pero hay algunas evidencias de que los judíos de Jerusalén tenían a timbre de orgullo ser capaces de usar el hebreo antiguo (bíblico). También leían la Biblia primero en hebreo en las sinagogas todas las semanas antes de parafrasearla en arameo, de manera que todos estarían familiarizados con el hebreo bíblico. Sin embargo, puesto que podrían entender ambos idiomas, no está claro a cuál se hace referencia aquí. En algunos pasajes del Nuevo Testamento, la palabra "hebreo" es usada para referirse al arameo, lengua estrechamente relacionada con él que era usada en la mayoría de los hogares de Palestina.

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