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    Comentario a Hechos de los Apóstoles Cap. 11

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    Mensaje  administrador Lun 8 Feb 2010 - 14:08

    Comentario a Hechos de los Apóstoles
    Capítulo 11


    Pedro tenía razón al pensar que necesitaría tener testigos consigo cuando fuera a la casa de Cornelio. Tuvo necesidad de explicar todo lo que había sucedido allí. El hecho de que Lucas haya escrito esto, repitiendo buena parte de lo dicho en el capítulo 10, nos demuestra lo importantes que fueron los sucesos de Cesarea. Gracias a ellos, aprendieron que Dios quería aceptar a los gentiles sin circuncisión, esto es, sin que se hicieran judíos. De esta forma, la repetición pone de realce el hecho de que el cristianismo no era tan sólo algo que añadir o sobreponer al judaísmo. Los gentiles podían llegar directamente al Nuevo Pacto sin necesidad de ir primero al Antiguo. Podían hacer suya la promesa de Abraham sin el signo exterior del pacto abrahámico.

    La aceptación de la explicación de Pedro (11:1-18)

    "Oyeron los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Y cuando Pedro subió a Jerusalén, disputaban con él los que eran de la circuncisión, diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos? Entonces comenzó Pedro a contarles por orden lo sucedido, diciendo: Estaba yo en la ciudad de Jope orando, y vi en éxtasis una visión; algo semejante a un gran lienzo que descendía, que por las cuatro puntas era bajado del cielo y venía hasta mí. Cuando fijé en él los ojos, consideré y vi cuadrúpedos terrestres, y fieras, y reptiles, y aves del cielo. Y oí una voz que me decía: Levántate, Pedro, mata y come.
    Y dije: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda entró jamás en mi boca. Entonces la voz me respondió del cielo por segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. Y esto se hizo tres veces, y volvió todo a ser llevado arriba al cielo. Y he aquí, luego llegaron tres hombres a la casa donde yo estaba, enviados a mí desde Cesarea. Y el Espíritu me dijo que fuese con ellos sin dudar. Fueron también conmigo estos seis hermanos, y entramos en casa de un varón, quien nos contó cómo había visto en su casa un ángel, que se puso en pie y le dijo: Envía hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro; él te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa.
    Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios? Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!"

    Los gentiles de la casa de Cornelio recibieron (acogieron) la Palabra de Dios. Esto quiere decir que la recibieron bien dispuestos, reconocieron su veracidad y aceptaron su mensaje de arrepentimiento, perdón y salvación. Esta noticia era sorprendente, y probablemente no les pareciera buena a algunos judíos. Las noticias así viajan con rapidez y llegaron a los apóstoles y al resto de los hermanos (los creyentes) que estaban en Jerusalén, antes del regreso de Pedro.

    Cuando él llegó, "los que eran de la circuncisión" (lo que en aquellos momentos incluiría a todos los creyentes de Jerusalén, puesto que todos eran judíos o prosélitos plenos), estaban esperándolo. Inmediatamente comenzaron a disputar con él (lo criticaban, lo juzgaban) por haber entrado en la casa de unos hombres incircuncisos (lo cual ellos consideraban contaminador) y, peor aún, haber comido con ellos. El hecho de que aquellos creyentes estaban muy molestos se ve en que no usaron la palabra corriente para decir "incircuncisos". En cambio, usaron una palabra popular que era un verdadero insulto contra los gentiles. También es bastante probable que una razón por la que estaban molestos era porque tenían temor de que el gesto de Pedro le diera fin al período de paz del que habían estado disfrutando, al volver a los judíos inconversos contra ellos.

    Entonces Pedro comenzó a explicarles todo desde el principio, esto es, desde el momento en que tuvo la visión en Jope. Ciertamente, añade que la tela descendió cerca de él, de tal manera que pudo mirar de cerca e inspeccionar el contenido sin posibilidad alguna de error. También tuvo buen cuidado de mostrarles los seis testigos que estuvieron con él en Cesarea, y que había traído consigo a Jerusalén (versículo 12). Como una prueba más de que era Dios el que lo había guiado, añadió que el ángel le había dicho a Cornelio que él le hablaría palabras, gracias a las cuales Cornelio y toda su casa serían salvos.

    Después, sin repetir el sermón que pronunció en Cesarea, Pedro les dijo que cuando comenzó a hablar el Espíritu Santo cayó sobre ellos "también, como sobre nosotros". Es decir, con tanta realidad y tan evidentemente como sobre los ciento veinte y los tres mil en el día de Pentecostés, "al principio". Algunos escritores tratan de evitar la mención al día de Pentecostés aquí. Sin embargo, esto sólo puede significar que aquel suceso fue como el de Pentecostés (Hechos 2:4), puesto que no hubo descenso ni derramamiento del Espíritu en cumplimiento de la profecía de Joel, hasta entonces.

    A continuación, Pedro añadió algo que le había pasado por la mente. Había recordado lo dicho por el Señor (Jesús), que aparece en Hechos 1:5: Juan bautizaría en agua, pero ellos serían bautizados en el Espíritu Santo. O sea, que veía claramente que este derramamiento era también un bautismo en el Espíritu.

    Después, Pedro siguió diciendo que Dios les había dado a aquellos gentiles el mismo don que les había dado a los creyentes judíos. "El mismo" es traducción de una expresión griega que significa "igual" o "idéntico". Esto es significativo, porque la evidencia que los convenció no era el viento recio ni el fuego (los cuales en realidad sólo precedieron al derramamiento del Espíritu en Pentecostés, pero no fueron parte de él). Necesitaban una evidencia convincente, y la que les fue dada, fue el hecho de que habían hablado en otras lenguas y magnificado a Dios (dado gloria a Dios).

    Los gentiles no tenían que preguntar si era cierto que habían recibido este poderoso derramamiento. Lo sabían. Pedro y sus seis testigos no decían "yo creo", ni "supongo que", ni siquiera "confío en que" o "me parece", al hablar sobre el bautismo en el Espíritu de aquellos gentiles. Ellos también sabían que era cierto. También hoy, en medio de todas las dudas y las discusiones sobre el Espíritu Santo que se han suscitado, necesitamos la misma experiencia convincente. Nosotros también podemos saber que hemos recibido la experiencia idéntica que se describe en Hechos 2:4.

    Puesto que Dios les había dado a los gentiles el don del Espíritu, si Pedro se hubiera negado a aceptarlos, hubiera estado estorbando a Dios, y ¿quién era él —quién es cualquier ser humano— para hacer eso?

    Los creyentes judíos de Jerusalén no podían estorbar a Dios tampoco. Los datos ciertos que se les presentaron, sirvieron para silenciar todas sus objeciones anteriores; tenían la sensibilidad suficiente para con el Espíritu y la Palabra, como para glorificar a Dios y reconocer que también a los gentiles les había dado arrepentimiento para vida. Más específicamente. Dios había aceptado su arrepentimiento y les había dado vida espiritual sin que estuvieran circuncidados; el bautismo en el Espíritu Santo daba testimonio de ello.

    Los gentiles creen en Antioquía (11:19-21)

    "Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor".

    Aunque los apóstoles y los creyentes de Jerusalén aceptaran el hecho de que los gentiles de Cesarea fueran salvos y hubieran entrado a formar parte de la Iglesia, esto no los entusiasmaba demasiado. No tenían apuro ninguno por salir a ganar más gentiles para el Señor. De hecho, hasta el mismo Pedro siguió considerando que su ministerio iba dirigido en primer lugar a los judíos (Calatas 2:7-9). Así es como Lucas nos hace volver la atención a un nuevo centro de dispersión del Evangelio, Antioquía de Siria, situada junto al río Orontes, a más de 480 kilómetros de Jerusalén en dirección norte. Era un gran centro comercial, la ciudad más grande de Asia Menor, y la capital de la provincia romana de Siria. Fundada alrededor del año 300 a.C. por Seleuco I Nicator, su importancia había sido reconocida por los romanos, quienes la habían declarado ciudad libre en el 64 a.C.

    El versículo 19 sirve de unión con Hechos 8:1, 4. (Vea también el 9:31.) Hasta este momento, los ejemplos de lo que estaba sucediendo eran tomados de Judea y Samaria. Ahora vemos que la ola de evangelismo itinerante no se detuvo allí. No obstante, como de costumbre, Lucas no trata de narrarlo todo. En cambio, siguiendo la inspiración del Espíritu Santo, selecciona una de las direcciones que tomó este evangelismo y la presenta como ejemplo de lo que sucedió en muchas otras direcciones. Hubo una razón especial para escoger el rumbo de Antioquía, sin embargo, y es que forma un eslabón con el apóstol Pablo y prepara para el relato de sus viajes, que comprende la parte mayor del resto del libro de los Hechos.

    A pesar de todo, aun fuera de Palestina, aquellos que esparcían el Evangelio les predicaban la Palabra sólo a los judíos. Es posible que esto no se debiera del todo a los prejuicios. Los judíos tenían las Escrituras del Antiguo Testamento y conocían las profecías. (Vea Romanos 3:2.) Estos evangelistas fundamentaban su mensaje en el hecho de que Dios había cumplido la profecía en Jesús. La mayoría de los gentiles no tenían conocimientos para comprender esto. Pero estos evangelistas estaban pasando por alto el hecho de que muchos gentiles habían perdido su confianza en los ídolos y andaban buscando algo mejor.

    Los evangelistas viajaron costa arriba por Asia Menor hasta Fenicia, donde se establecieron iglesias en Tiro y Sidón (Hechos 21:3, 4; 27:3). Desde allí, algunos fueron a la isla de Chipre; otros siguieron rumbo norte hasta Antioquía. Algunos de éstos eran hombres de Chipre y de Cirene, y es posible que se hallaran entre los tres mil que fueron salvos y llenos del Espíritu en el día de Pentecostés. Estos comenzaron (sin duda alguna dirigidos y urgidos por el Espíritu Santo) en Antioquía a hablarles a los griegos (gentiles de habla griega), anunciándoles el evangelio (las buenas nuevas) del Señor Jesús.

    La mano del Señor estaba con ellos. Esta expresión es usada con frecuencia en la Biblia para dar a entender el poder del Señor, o incluso el Espíritu del Señor (como en Ezequiel 1:3; 3:14, 22, 24; 8:1; 11:1). Ciertamente, el poder del Señor que obra milagros se manifestaba, confirmando la Palabra como había sucedido en Samaria (Hechos 8:5-8); un gran número de ellos creyeron y se volvieron al Señor. Se convirtieron, lo que significa que se alejaron de sus costumbres paganas y caminos mundanos para seguir a Jesús. Podemos estar seguros también de que todos ellos fueron bautizados en el Espíritu Santo, como lo había sido la casa de Cornelio. Tal como había dicho Pedro, Dios no hace acepción de personas.

    Bernabé es enviado a Antioquía (11:22-26)

    "Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor. Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía. Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía".

    Cuando la noticia de la conversión de aquellos gentiles de Antioquía llegó hasta la Iglesia de Jerusalén, los hermanos reconocieron que esta gran difusión del Evangelio entre gentiles era un nuevo giro muy importante que estaban tomando los acontecimientos. Antioquía misma era un lugar importante, ya que era la tercera dudad en importancia de todo el Imperio Romano, superada sólo por Roma y Alejandría. Por esto, enviaron a Bernabé para que viajara hasta aquella ciudad.

    La selección de Bernabé es importante. Nos muestra que toda la Iglesia de Jerusalén (y no sólo los apóstoles) estaba interesada en esta nueva asamblea de Antioquía, y enviaba su hombre más capacitado para dar ánimo con el fin de ayudarlos. Que fuera enviado "hasta" Antioquía implica también que iba a predicar el Evangelio y darles ánimo a otros durante todo el camino.

    Algunos escritores han supuesto que haber enviado a Bernabé significa que la Iglesia de Jerusalén quería mantener el control sobre este nuevo desarrollo de la obra. Sin embargo, no hay evidencias de esto. Simplemente, se trataba de amor e interés fraternal. El mismo Espíritu lleno de amor que había enviado a Pedro y Juan a Samaria para ayudar allí, movía ahora a la Iglesia también. Bernabé no tenía que regresar a Jerusalén con un informe, ni tampoco tenía que pedirles consejo sobre los pasos siguientes que necesitara tomar en su ministerio.

    En Antioquía, al ver la gracia manifiesta (el favor inmerecido) de Dios, se regocijó. Aceptó a aquellos gentiles, como Pedro había aceptado a los creyentes de la casa de Cornelio. Entonces, le hizo honor a su nombre, exhortándolos (animándolos) a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor (o continuasen con El). Bernabé sabía que tendrían delante dificultades, persecuciones y tentaciones; necesitarían de constancia para caminar junto al Señor.

    Puesto que Bernabé era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe, una gran multitud fue agregada al Señor. No fueron simplemente su predicación y su enseñanza, sino también su vida demostró ser un testimonio de suma eficacia.

    Este crecimiento numérico le hizo ver a Bernabé que necesitaba ayuda. Sin embargo, no envió a pedir nadie de Jerusalén. Dirigido por el Espíritu — podemos estar seguros — fue a Tarso en busca de Saulo. Puesto que él había sido el que se había tomado el tiempo y hecho el esfuerzo para averiguar detalles sobre Saulo y presentárselo a los apóstoles en Jerusalén anteriormente (Hechos 9:27), era obvio que sabía lo que Dios había dicho sobre enviar a Pablo a los gentiles (Hechos 22:21). Había llegado el momento señalado por Dios para que comenzara su ministerio.

    Es posible que la búsqueda de Saulo le tomara algún tiempo. Cuando Bernabé lo encontró, lo trajo consigo a Antioquía. Entonces los dos se convirtieron en los principales maestros de la iglesia local; reunían a los creyentes y enseñaban ante una numerosa multitud.

    En Antioquía fue donde los discípulos recibieron por primera vez el nombre (y fueron llamados públicamente por los demás ciudadanos de Antioquía) de cristianos. Hasta el momento, prácticamente todos los creyentes eran judíos. Los gentiles, e incluso los judíos, los consideraban simplemente como otra secta judía más. En realidad, apenas se diferenciaban más de los fariseos, que éstos de los saduceos. Pero ahora lo que existía era una asamblea de creyentes formada en gran parte por gentiles incircuncisos.

    Era obvio que a estos gentiles no se les podía dar un nombre judío, ni se les podía seguir considerando una secta judía. Necesitaban un nombre nuevo. Los soldados que se hallaban bajo las órdenes de determinados generales en el ejército romano, tomaban con frecuencia el nombre de su general y le añadían el sufijo "iano" (en latín, ianus; en griego, ianos), para indicar que eran soldados y seguidores de aquel general. Por ejemplo, los soldados de César eran llamados cesarianos, y los de Pompeyo, pompeyanos. También se nombraba a los partidos políticos con el mismo tipo de sufijo.

    Así fue como el pueblo de Antioquía comenzó a llamarles Christiani a los creyentes, que era tanto como llamarlos soldados, seguidores o partidarios de Cristo. Hay quienes piensan que primero se les daba este nombre en forma despectiva, pero no hay grandes evidencias a favor de esta opinión. Los creyentes no rechazaron el nombre. Era cierto que se hallaban en el ejército del Señor, y revestidos con toda la armadura de Dios. (Vea Efesios 6:11-18.) Sin embargo, se debe tener en cuenta que el término "cristiano" sólo se vuelve a usar en el Nuevo Testamento en Hechos 26:28 y en 1 Pedro 4:16. La mayor parte del tiempo, los creyentes se siguieron considerando los discípulos, los hermanos, los santos, los del Camino, o los siervos (esclavos) de Jesús.

    Agabo profetiza una gran hambre (11:27-30)

    "En aquellos días unos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquía. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio. Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea; lo cual en efecto hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo".

    Las diversas asambleas de creyentes siguieron en contacto unas con otras. Después de Bernabé, hubo otros que llegaron desde Jerusalén para animar a los creyentes de Antioquía. De hecho, cuando estaba terminando el primer año de Saulo en Antioquía, llegaron varios profetas de Jerusalén. Estos eran hombres usados de forma constante en el ministerio del don de profecía para edificación (para construir espiritualmente y confirmar en la fe), exhortación (para despertar, dar valor y alentar a cada creyente a ir más allá en su fidelidad y su amor), y consolación (para alegrar, reavivar y alentar la esperanza y la expectación). Por tanto, su ministerio tenía que ver con las necesidades de los creyentes a los que ministraban.

    Algunas veces, reforzaban sus exhortaciones con una predicción sobre el futuro. Esto era más la excepción que la regla, no obstante. La profecía en la Biblia siempre en primer lugar "habla a nombre de Dios" (habla lo que El quiere, sea cual sea su mensaje), más que predecir el futuro. Pero en esta ocasión, Agabo, uno de aquellos profetas, se puso de pie e indicó por una palabra procedente del Espíritu (una manifestación del don de profecía dado directamente por el Espíritu en su propio idioma) que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada. Para ellos, esto equivalía al Imperio Romano. Aquella hambre sucedió en tiempos de Claudio César (41-54 d.C.).

    Como los discípulos de Antioquía sentían gratitud por las bendiciones y la enseñanza que les habían llegado de Judea, decidieron que cada uno de ellos contribuiría de acuerdo con su capacidad (según era prosperado), y enviaron su socorro. Esto lo hicieron, enviándolo no a los apóstoles, sino a los ancianos de Jerusalén, por medio de Bernabé y Saulo. Probablemente fuera alrededor del año 46 d.C., cuando la Judea era azotada de forma especialmente dura por el hambre.

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