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    Comentario a Hechos de los Apóstoles Cap. 22

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    Comentario a Hechos de los Apóstoles Cap. 22 Empty Comentario a Hechos de los Apóstoles Cap. 22

    Mensaje  administrador Lun 8 Feb 2010 - 14:18

    Comentario a Hechos de los Apóstoles
    Capítulo 22


    Esta defensa hecha en las gradas fue la primera de las cinco que se le permitieron a Pablo. En ella, hace resaltar su herencia judía y su encuentro con Cristo.

    Testigo de Cristo (22:1-21)

    Varones hermanos y padres, oíd ahora mi defensa ante vosotros. Y al oír que les hablaba en lengua hebrea, guardaron más silencio. Y él les dijo: Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros. Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres; como el sumo sacerdote también me es testigo, y todos los ancianos, de quienes también recibí cartas para los hermanos, y fui a Damasco para traer presos a Jerusalén también a los que estuviesen allí, para que fuesen castigados.

    Pero aconteció que yendo yo, al llegar cerca de Damasco, como a mediodía, de repente me rodeó mucha luz del cielo; y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo entonces respondí: ¿Quién eres Señor? Y me dijo:
    Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues. Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron; pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo. Y dije: ¿Qué haré Señor? Y el Señor me dijo: Levántate, y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas. Y como yo no veía a causa de la gloria de la luz, llevado de la mano por los que estaban conmigo, llegué a Damasco.

    Entonces uno llamado Ananías, varón piadoso según la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que allí moraban, vino a mí, y acercándose, me dijo:
    Hermano Saulo, recibe la vista. Y yo en aquella misma hora recobré la vista y lo miré. Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca. Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.

    Y me aconteció, vuelto a Jerusalén, que orando en el templo me sobrevino un éxtasis. Y le vi que me decía: Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí. Yo dije: Señor, ellos saben que yo encarcelaba y azotaba en todas las sinagogas a los que creían en ti; y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba presente, y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban. Pero me dijo: Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles.

    Cuando la multitud reconoció que Pablo estaba hablando en hebreo, se quedó más callada aún (no porque el hebreo fuera un lenguaje sagrado, sino porque les hizo darse cuenta de que era judío, y no gentil, ya que los gentiles trataban sus negocios con los judíos en idioma griego). Entonces Pablo se identificó como judío nacido en Tarso, pero criado en Jerusalén, a los pies de Gamaliel. Es decir, su instrucción secular estuvo a cargo de aquel famoso rabino. Gamaliel lo había enseñado a prestar estricta atención a todos los detalles de la Ley de los padres (la Ley de Moisés con las adiciones de todas las tradiciones de los escribas y fariseos). El también había sido un zelote, devotamente consagrado a Dios, tal como eran los que lo escuchaban. Se ve con claridad que Pablo no los culpaba por haberlo golpeado. Había habido un tiempo en el cual, movido por su celo por Dios, él hubiera hecho lo mismo.

    En realidad. Pablo había perseguido este Camino (cristiano) hasta el punto de causar la muerte de los creyentes, apresando a muchos hombres y mujeres, y haciendo que los echaran en la cárcel. El sumo sacerdote era testigo de todo aquello, como lo eran también todos los ancianos (del Sanedrín). Ellos le habían dado cartas para los judíos de Damasco, y él se había ido allí para llevar a los creyentes atados a Jerusalén a fin de que fueran castigados.

    A continuación. Pablo les narró el relato de la luz venida del cielo y la voz de Jesús que sus compañeros no oyeron (en el sentido de que no habían comprendido lo que decía). También les llamó la atención al hecho de que Ananías de Damasco era un hombre piadoso (devoto, temeroso de Dios) según la Ley, es decir, en la forma cuidadosa en que guardaba la Ley. Todos los judíos que vivían en Damasco daban testimonio favorable de él.

    Entonces, les dio más detalles sobre lo que Ananías le había dicho después de devolverle la vista. Ananías le había dicho que el Dios de sus padres (el Dios de Abraham, Isaac y Jacob) lo había escogido (elegido, seleccionado) a él para que conociera su voluntad (se diera cuenta de cuál era), y oyera su voz, no a distancia, sino de su misma boca, cara a cara. Dios hacía esto para que él pudiera ser testigo suyo ante todos los hombres (toda la humanidad) de lo que había visto y oído.

    Entonces Ananías le había dicho: "Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre". Aquellas palabras eran un llamado a expresar su fe. Los pecados serían lavados cuando invocara el nombre del Señor, sin embargo; no por el agua del bautismo. Como lo señala Pedro, las aguas del bautismo no pueden lavar ninguna de las inmundicias de la carne (es decir, de la vieja naturaleza). Más bien son una respuesta (llamamiento, compromiso) de una buena conciencia que ya ha sido limpiada por la fe en la muerte y la resurrección de Cristo (1 Pedro 3:20, 21; Romanos 10:9, 10). Pedro también compara esto a Noé. Esto es: el hecho de que Noé saliera del diluvio era testimonio de la fe que había hecho que construyera el arca antes de él (1 Pedro 3:20; vea Hebreos 11:7). Por tanto, el paso por las aguas del bautismo da testimonio de la fe que ha creído en Cristo y recibido la purificación por su sangre y su Palabra antes del bautismo.

    Después de esto. Pablo había pasado por alto sus experiencias en Damasco y les contaba cómo había vuelto a Jerusalén. Allí, orando en aquel mismo Templo, le sobrevino un éxtasis. No se trataba de un "trance", en el sentido moderno o pagano, sino un estado en el cual su mente fue perturbada por las circunstancias. Entonces vio a Jesús, quien le dijo que se apresurara a salir de Jerusalén, porque el pueblo de Jerusalén no recibiría su testimonio sobre Él. Pablo trató de discutir, diciéndole que ellos sabían todo lo que él había hecho con respecto a la muerte de Esteban, Al parecer, sentía que lo atenderían con toda seguridad cuando vieran el cambio que había tenido lugar en su persona. Pero Jesús le ordenó nuevamente que se fuese. Su propósito era enviarlo (como apóstol) lejos, a los gentiles (las naciones).

    Esta aparición de Jesús, y su mandato, no habían sido explicados en el capítulo 9. En aquella ocasión, los dirigentes de Jerusalén, al conocer que se había hecho un complot para asesinar a Pablo, lo enviaron a Tarso. Pero ahora queda aclarado que fue necesaria esta aparición de Jesús para- que él estuviera dispuesto a irse.

    Romano por nacimiento (22:22-30)

    Y le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva. Y como ellos gritaban y arrojaban sus ropas y lanzaban polvo al aire, mandó el tribuno que le metiesen en la fortaleza, y ordenó que fuese examinado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él. Pero cuando le ataron con correas. Pablo dijo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado? Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano.

    Vino el tribuno y le dijo: Dime, ¿eres tú ciudadano romano? Él dijo: Sí. Respondió el tribuno: Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía. Entonces Pablo dijo: Pero yo lo soy de nacimiento. Así que, luego se apartaron de él los que le iban a dar tormento; y aun el tribuno, al saber que era ciudadano romano, también tuvo temor por haberle atado.

    Al día siguiente, queriendo saber de cierto la causa por la cual le acusaban los judíos, le soltó de las cadenas, y mandó venir a los principales sacerdotes y a todo el concilio, y sacando a Pablo, le presentó ante ellos.

    Los judíos oyeron en el patio a Pablo, hasta que habló del mandato de ir a los gentiles. La verdad de que a Dios le interesan los gentiles está clara en el Antiguo Testamento (Génesis 12:3). Pero la opresión romana había enceguecido su mente. Ante sus ojos, los gentiles eran perros, saqueadores. Así, en su prejuicio, comenzaron a gritar de nuevo, pidiendo la muerte de Pablo. Les parecía que no merecía vivir.

    Mientras gritaban esto, también arrojaban sus túnicas, como expresión de una ira incontrolable. Al mismo tiempo, tiraban polvo al aire, como símbolo de que rechazaban a Pablo y a su mensaje. No hay duda de que hubieran tirado fango si lo hubieran tenido a mano.

    Esto hizo que el tribuno ordenara que entraran a Pablo a la fortaleza. Para averiguar por qué los judíos gritaban así contra él, también les dijo a los soldados que lo examinaran con azotes. Es decir, debían hacerle preguntas mientras lo torturaban con un látigo hecho de lenguas de cuero con pedazos de hueso y metal cosidos.

    Pablo ya había sido azotado por los judíos cinco veces y golpeado con varas por los romanos tres veces (2 Corintios 11:24, 25). Pero este castigo con un azote romano era peor, y con frecuencia dejaba a su víctima inutilizada o muerta.

    Para preparar a Pablo para los azotes, los soldados hicieron que Pablo se inclinara y se estirara hacia delante. Lo ataron en esa posición con correas, para flagelarlo. (Algunos escritores creen que el significado de este pasaje es que fue colgado de las correas con los pies a unos cuantos centímetros del suelo.)

    En ese momento. Pablo le preguntó al centurión que estaba supervisando la operación si era legal azotar a un hombre que era romano sin que hubiera sido condenado (su caso no había sido juzgado siquiera). El centurión informó de esto al tribuno. Este llegó de inmediato y le preguntó a Pablo si era romano. Entonces hizo el comentario de que él había comprado su ciudadanía romana con una gran suma de dinero. Pero Pablo le contestó que él había nacido romano. Su padre o su abuelo debe haber prestado algún gran servicio a los romanos en Tarso, y habría sido recompensado con la ciudadanía romana para sí y para su familia.

    Los soldados que habían estado a punto de interrogar y torturar a Pablo se apresuraron a marcharse. El tribuno también sintió temor. Sabía que Pablo, como ciudadano romano, tenía derecho a acusarlo por haberlo encadenado.

    Sin embargo, el tribuno mantuvo a Pablo bajo custodia. Al día siguiente, como deseaba conocer con seguridad por qué los judíos acusaban a Pablo, lo sacó, ordenó que los principales sacerdotes y el Sanedrín se reunieran, y lo presentó ante ellos.

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